El tango “Una emoción”: fue compuesto en 1943 con música de Raúl Kaplún y José María Suñé en letra. Si bien la pieza registra numerosas versiones, siguiendo mi gusto la versión más expresiva y cargada de emotividad es la interpretada por la orquesta de Lucio Demare con la voz de Raúl Berón.

Dos versos de esta composición entonan que el género “no quiere ser procaz, se llama tango y nada más”. La afirmación señala un cambio: en esta pieza, como en otras compuestas durante el apogeo artístico del tango, lo procaz, lo prostibulario, lo putañero del tango había desaparecido sepultado por la búsqueda de lo artístico en lo poético y musical.

Ciertamente el tango en sus orígenes fue más que procaz, bastante más. Su esencia fue precisamente lo prostibulario, lo desenfadado, lo sexual de sus letras, de su música y la provocativa forma de bailarlo. Es lo que explica que, fuera de los quilombos, los primeros pasos del tango bailado se dieran entre hombres: padres y vecinos no perdonaban a las chicas de barrio que se entregaran a “esa música”. Debió pasar tiempo, y muchos organitos por los barrios porteños que acercaran el género a los ventanales de entonces, para que al fin sus pibas pudieran ser “tocadas” por un muchacho para bailar un tanguito…, bajo la mirada atenta de la vieja…

Antes de esto, esta música engendrada en los suburbios estuvo encerrada en peringundines y burdeles, donde alegró sus pesados ambientes y donde sus mujeres no esquivaban el bulto de bailar con los clientes. Así, los versos y las letras tangueras fueron putañeras, no hay palabra que explique mejor esa característica. No se puede –todavía hoy- transcribir a través de un medio público esas letras –de las cuales atesoro varias-. Demasiado sarpadas.

Va de suave ejemplo que por eso puede ser difundido, algo compuesto en 1918 que muestra el estilo de esos primeros tangos bravos; lleva por título “El cafiso” o “Cafisho” o “Cafishio” -tipo que vivía de las prostitutas, el proxeneta- que, escrito por Florencio Iriarte y música de Juan Canavesi, dice así:

Ya me tiene más robreca
que canfli sin ventolina
y palpito que la mina
la liga por la buseca.
Ahura la va de jaqueca
y no cai por el bulín
pero yo he junao que al fin
ha engrupido a un bacanazo
y me arranya el esquinazo
porque me ve fulerín.

Y me bate el de la zurda
tocándome el amor propio
que me quiere dar el opio
con un bacán a la gurda,
pero si me pongo en curda
la rafa será completa
que aunque me apañe la yeta
yo con grupos no la voy
y ya verá que no soy
un guiso a la vinagreta.

Se ha creido la rantifusa
con humos de gran bacana
que por temor a la cana
no va a ligar la marrusa.
Pa' mi es poco la canusa
y el código es un fideo,
una vez que me cabreo
la más turra marca el paso,
sobre todo en este caso
que defiendo el morfeteo. (*)

Ubicación en el tiempo: desde la penúltima década del siglo XIX hasta los primeros años del siglo anterior. Los intérpretes: “orejeros” sin estudios musicales ni de canto. Instrumentos: una o dos guitarras, alguna flauta, algún violín para acompañar.

Fue, esa primera, la época del tango alegre. El tango de uno solo. El que relataba hazañas de amoríos, entreveros, malos oficios y malevaje del cantor o de los amigos y amigas del cantor. Sin nostalgias, sin olvidos, sin quejas. Y más que procaz.

Aunque inició el camino, no duró mucho. En 1915, Pascual Contursi, pone letra a “Mi noche triste” y cambió el tango.

A partir de Contursi se hizo rezongón y fue de a dos: el amor, sus metejones y sus desengaños pasaron a ocupar la esencia de las letras y la música tanguera. Y el tango se abraza al rezongo, a lo tristón. Llegaría después el bandoneón para dar un insustituible sonido musical a ese rezongo de las letras tangueras.

Y llegaría poco después Julio De Caro para jerarquizar el género desplazando a los “orejeros” para demandar músicos con academia. Y unos años más tarde llegaría Astor Piazzola que, otra vez, volvió a mandar a los músicos a estudiar y perfeccionarse.

Así que, y no es para ruborizarse, el tango fue esencialmente procaz, y bastante más que procaz en sus orígenes. Desde ese submundo escaló artísticamente hasta llegar a los salones porteños, a París, a Japón y otros muchos países de Europa. Una epopeya.

Y se me ocurre que, si se enriqueció artísticamente, si sus intérpretes se esforzaron por lograr un mejor producto, un mejor tango, fue porque el pueblo iba a más en todos los sentidos y estaba dispuesto a demandar el esfuerzo de mejorar.

Me pregunto si el paso del tiempo que nos hizo conformar con letras y músicas que van a menos, no nos está diciendo algo como sociedad.

(*) Robreca: cabrero; canfli: canflinflero, proxeneta; ventolina: vento, dinero; junao: visto, conocido; arranyar: arreglar, componer; esquinazo: dejar plantado; fulerín, fulero, feo; el de la zurda corazón; a la gurda: muy bueno, óptimo; grupos: mentiras; guiso: tonto; rantifusa: atorranta; marrusa: paliza; canusa: encanar, estar preso; fideo: burla, broma;