La cena con las amigas terminó temprano. Tanto como para que a una se le ocurriera pedirle que llevara a todas a conocer una milonga. Ella dudó, pero ante el “dale” del grupo entero, no se hizo rogar. Lo más cerca, Gricel, un emblema del tango bailado, más que suficiente para mostrar el paisaje y el clima milonguero a quien no lo conoce.

Tuvieron suerte, consiguen una mesa para todas en esa noche lluviosa de viernes. Se acomodan en medio de la catarata de preguntas tangófilas de las debutantes que sólo ella, Graciela, puede contestar.

En eso estaba, en contestar cada pregunta, cuando, recortado por las otras parejas que dibujaban pasos de baile en la pista, lo vio. Es él, su hombre. Lo vio bailando con otra, justamente con esa que ponía en alerta su afilada intuición de mujer. Es él, su amor, por lo menos hasta ese momento. Bailando con esa, justamente la noche en que él, su hombre, era sabedor de la cena con amigas que la ocuparía esa noche lejos de esa milonga…

Se consume la tanda de Ricardo Malerba y Orlando Medina en la voz con el embriagador “Embrujamiento”, que tapiza de romanticismo el salón. Graciela ya no responde a sus amigas, a esa altura asombradas por el cambio de su semblante y del tono de su voz… Es que…,  él, que no la había visto todavía, acompaña a esa mujer con la que bailó a dejar la pista y… se sientan en la misma mesa. El dato que faltaba para entender que los dos compartirían esa noche.

Las amigas no caen en la situación, no saben. Si bien conocen al hombre, les falta la destreza milonguera para ver lo que uno quiere ver, sobre todo si uno es mina, en medio de todo lo demás… No salen de la confusión hasta que una lágrima rueda por la cara de la milonguera… No hace falta preguntar… El silencio invade la mesa.  La noche se puso negra de golpe. La noche se puso triste para toda la mesa.

Graciela les tira las disculpas y se despide de sus amigas, no tolera el momento. Cualquier cosa menos quedarse en la milonga. Todas empiezan a cargar sus cosas, pero ella las para en seco… prefiere estar sola. Prefiere huir sola. Los besos de costumbre y encara para la salida seguida de la mirada de todas…

Graciela camina apurada buscando la puerta pero se detiene el momento suficiente, necesario, para que él advierta su presencia…  La vio. Graciela no tiene valor para esperar su reacción… y abandona a pasos cada vez más gigantes el salón… Atrás se apresuran las amigas para alcanzarla en la calle antes que se la trague la noche.

Tomás y todos aquellos en el salón que ya tienen la destreza milonguera como para ver lo que uno quiere ver en medio de todo lo demás, quedaron tristones por lo que han visto. Arranca la tanda de milongas. Tomás se va a quedar sentado hasta la otra tanda.