“Aprendí los códigos de la noche, no los abandoné nunca; respeté y fui respetado. Ojo con los códigos de la noche, si ella te acuesta, si pisás en falso, no te levantás más”. Así se lo bate a todos los principiantes de nocheros José, entero y todavía pintón a los taitantos, un ave nocturna reflexiva que conocen quienes se precian de milongueros de la trasnoche.

Midió el peso de la leyenda de uno de los palacios más porteños de la ciudad en su lejana milonga de los domingos por la tarde: la del Luna Park. Y fue pieza clave de la que, considera, la última milonga de buen baile y buen vestir: la de Almagro en los ‘90.

Arrancó de mozo en “La Salada” del buen recuerdo, balneario de los porteños hasta los ´60 antes de que se convirtiera en la meca de la truchada nacional y alrededores. “Estuve dos temporadas; pero se piantaban sin pagar” cuenta. Aprendió. Y piantó de los balnearios hacia la noche milonguera. Aquí guía de Tomás, te acerca el Buenos Aires lleno de bailes de tango.

José para todos, Santoro de apellido, recorrió todas las salas de baile de su época de bailarín o de maitre, desde San Lorenzo bajo de los tablones del Viejo Gasómetro, pasando por el Calais, Tourbillón, Cánning, Savoy, Social Rivadavia y… Bamboche.

Bailarín del el ´55 a los ´70 en salas de riguroso saco y corbata, conoció a los astros de las grandes orquestas en la época dorada del género. “Eran monstruos, pero te hablaban como si fueras uno más”,cuenta y no se olvida del barcito de Uruguay y Corrientes en la noche, donde llegaban D´Arienzo y sus músicos “que te saludaban como si fueras uno de ellos” rememora.

Con veinte pirulos se inició en el yirar las noches de los lugares de tango en la confitería Dominó de Esmeralda y Lavalle, con José Basso, Floreal Ruiz y Alfredo Belusi como atracciones o en Mi Club, sótano como el anterior, con la gran orquesta de Di Sarli.

Sus citas de lugares son de increíble precisión: pinta el Sans Souci atestado de bailarines con De Ángelis, Carlos Dante y Oscar Larroca y Siglo XX de Corrientes y Paraná con Leopoldo Federico y Julio Sosa. El Salón La Argentina, Rodríguez Peña y Corrientes, con la orquesta de Pugliese. Por Sarmiento, en el Agusteo, tocaba Tanturi con Ángel Vargas.

Y siguen los nombres: “en Corrientes y Esmeralda, la Richmond, tenía miedo de entrar, era un lujo, y al Marabú, donde tocaba Pichuco, yo asomaba la cabeza y seguía de largo, otro lujo” recuerda.

Su vida laburante de las milongas la apunta como mozo el Savoy y Villa Malcom. Maitre en el Social Rivadavia. “Conocí a Beba Bidart, Goyeneche, El Chúcaro, D´Arienzo con Bustos, Marrone, Rubén Juárez, a Alberto Castillo y María Marta Serra Lima”.

Los jueves era Bamboche, en Rivadavia al 7300, trece años con los grandes cantores cuando entraban mil quinientas personas. “En 1993 me fui con Juan Fabbri, que abría una milonga en el club Almagro, Medrano 522, repleto los viernes, sábado y domingo. “Junto a Michelángelo, los últimos lugares donde la gente bailaba bien. Iban los Zotto, Dolores de Amo, Madonna, Ben Molar y Robert Duvall” sentencia.

La vida le arrimó el amor, el desengaño, lo bueno y lo malo. Pero bate sobre los metejones: “siempre quise ser caballo pero tirar el carro no”. Larga el chamuyo con otra sentencia: milonguero se nace, no se hace. El tango es mi papá y tu papá, es eterno, vos y yo no. Hay que quererlo”.

-Foto: José Santoro -derecha- con Tomás Buenos Aires en su lugar natural: la milonga-.