Es adentrada la noche. El reducto se vuelve especial. Un puñado de parejas goza de la libertad plena. Llegó el momento en que cada una pone su marca de baile, su identidad de conjunto escenográfico.

La trasnoche se estira en un ensueño de abrazos con envoltura de bandoneones. Y en ese estado de trance, sueña con ser infinita. Sabe que no lo logrará. Sin embargo su hora es la de los ojos cerrados y la magia, que instalan música y baile en una amalgama suficiente como para olvidar el tiempo. Por un tiempo más.

En el piso, disimulados bajo las mesas, pares de zapatos de calle de mujer esperan a quienes los tripulan para la caminata del regreso en la madrugada de Buenos Aires. Afuera, en la calle, los taxis deberán esperar todavía más.

Giros, paradas, ochos,arrepentidas, sacadas, voleos, corridas y lo mejor del repertorio del tango bailado surcan las maderas de la pista recién ahora amplias de espacio. La música de buenos tangos reverberados en melodía por el especial momento, se hace eco en el salón semivacío: tapiza las paredes y perfora hasta el rincón más alto y hasta el más oscuro.

Buenos tangos que acarician al pasar los oídos de los bailarines y los llevan a volcar hacia afuera el sentir de dos ansias, hombre y mujer, confundidas en sólo una. Nunca se plasmará mejor esa comunión como en las últimas horas de la milonga.

Es adentrada la noche. Llegó la hora del embrujo en el salón de baile de tango, momento en que resalta la poesía musical y los gestos coreográficos que propone la milonga a los que quieren esperarla. A los que saben que vale la pena esperarla. A los que conocen que ella no lo concederá antes.

Será con la música de la última decena de orquestas, en ese momento, cuando la milonga entregará la magia que atesoró para regalar a los que la acompañan en las madrugadas. A quienes quedan con ella hasta alcanzar su emblema postrero de cada noche: La Cumparsita, su despedida del hoy, el último tango.

La milonga termina. Los zapatos son recuperados de abajo de las mesas. Los taxis se ponen marcha. El estirar la noche para encontrar la magia concluyó. El puñado de hombres y mujeres busca la salida.  

La ensoñación ha cesado. En la calle, canillitas y camiones de reparto ya han comenzado su jornada. Los más nocheros de la milonga esquivan, en las veredas vecinas, las mangueras y las primeras salpicaduras tendidas por los porteros de los edificios…