En 1936 con 35 años, Juan D’Arienzo (14 de diciembre de 1900 – 14 de enero de 1976) se establece en la cúspide de la popularidad tanguera. Adquirió el estilo por el que pasó a la historia del tango: forma en su orquesta Rodolfo Biagi, un pianista que había acompañado a Gardel en algunas grabaciones. Biagi significó el cambio de compás de la orquesta de D’Arienzo, que pasó del cuatro por ocho al dos por cuatro; mejor dicho, retornó al dos por cuatro, al compás rápido y compadrón de los tangos primitivos. D’Arienzo actuaba entonces en el Chantecler.

Es que el tango, un baile de alarde, de provocación, compadrito, se había convertido, parafraseando a Discépolo, en un pensamiento triste que se puede bailar... El baile era un subalterno de la letra, los arreglos y los cantores.

Cuando Biagi se fue en 1938 a formar su propia orquesta,  D’Arienzo ya había decidido no abandonar el dos por cuatro. Con ese ritmo marcado y compadrón, aportó al tango un aire fresco, juvenil y vivificador. Lo regresó a los pies de los bailarines y se ganó a los muchachos. El "rey del compás", apodo que le fijó el Príncipe cubano Ángel Sánchez Carreño, animador del cabaret Chantecler, se convirtió en el rey de los bailes, en el buscado por los bailarines.

Los estudiosos puristas del tango menosprecian a D’Arienzo al considerarlo un populachero del género. Un desaprovechador de las posibilidades de sus músicos. Un hereje de derroche instrumental, que no justificaba tener en el primer violín a un virtuoso como Cayetano Puglisi. Pero D’Arienzo -como señaló José Luis Macaggi- hizo renacer el género y lo llevó a desembocar en la década del cuarenta con la fuerza suficiente para que esa época fuera la de oro del tango.

Cómo y porqué
En 1949 D’Arienzo explicó el cómo y el porqué de su forma de sentir el tango, dijo: "a mi modo de ver, el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter. El tango antiguo, el de la guardia vieja, tenía todo eso, y debemos procurar que no lo pierda nunca. Por haberlo olvidado, el tango argentino entró en crisis hace algunos años.

Hice lo posible para hacerlo resurgir. En mi opinión, una buena parte de culpa de la decadencia del tango correspondió a los cantores. Hubo un momento en que una orquesta típica no era más que un pretexto para que se luciera un cantor. Los músicos, incluyendo al director, no eran más que acompañantes de un divo más o menos popular. Para mí, eso no debe ser.

El tango es esencialmente música. En consecuencia, no puede relegarse a la orquesta que lo interpreta a un lugar secundario para colocar en primer plano al cantor. Al contrario, es para las orquestas y no para los cantores. La voz humana no es, no debe ser otra cosa que un instrumento más dentro de la orquesta. Sacrificárselo todo al cantor, es un error -aunque él mismo puso, a veces, al cantor en primer plano y lo hizo correr a la velocidad de la orquesta-.

Yo reaccioné contra ese error que generó la crisis del tango y puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar. Traté de restituir al tango su acento varonil que había ido perdiendo. Le imprimí en mis interpretaciones el ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en el mundo musical. Por suerte, esa crisis fue transitoria y hoy ha resurgido el tango, nuestro tango, con la vitalidad de sus mejores tiempos. “Nota citada de la revista Aquí Está, al periodista Andrés Muñoz.

En 1975, un mes antes de su muerte, D’Arienzo volvió a teorizar: "La base de mi orquesta es el piano. Lo creo irremplazable. Luego el violín de cuarta cuerda aparece como un elemento vital. Debe sonar a la manera de una viola o de un cello. Integro mi orquesta con el piano, el contrabajo, cinco violines, cinco bandoneones y tres cantores. Menos elementos, jamás. He llegado a utilizar en algunas grabaciones hasta diez violines" (dijo a la agencia Télam).

"Sí los músicos retornaran a la pureza del dos por cuatro, otra vez reverdecería el fervor por nuestra música y, gracias a los modernos medios de difusión, alcanzaríamos prevalencia mundial", afirmó con convencimiento “el rey del compás” opinó ante la misma agencia Télam.

Volver al dos por cuatro primitivo significa, borrar a Canaro, a Cobián, a De Caro. ¿Se puede?

D’Arienzo, al fin de su carrera, compadreó: gesticulaba frente a los músicos y los cantores. La gente le bancó esos alardes, porque mantenía atado a su dedo índice de director los pies de los bailarines. Y los bailarines saltan de sus sillas cuando suena el compás de D’Arienzo. Pregunten en una milonga sobre Juan D´Arienzo. (Gracias José Gobello).

Esta nota fue difundida originalmente durante el programa del sábado último de "Tomás Buenos Aires", por la AM 830 Radio Del Pueblo.