Agachado sobre el bandoneón, inflaba los cachetes y cerraba los ojos al tocar: “dicen que yo me emociono y lloro demasiado. Es cierto. Pero nunca lo hago por cosas sin importancia”, aclaraba Aníbal Carmelo Troilo, “Pichuco”.

Aplicado, seguidor, de la escuela jerarquizadora del tango de Julio De Caro, Troilo creó un estilo en bandoneón y orquesta que acopló la sensibilidad de la música con la de la gente, bailarines o no. A Troilo no le importó escalar al virtuosismo musical, prefirió exaltar el sentimiento.

No fue un estilista como Pedro Maffia, ni un virtuoso como Carlos Marcucci, ni un fraseador como Ciriaco Ortiz. Tampoco hubiera sido un genial obsesivo y chico malo como Piazzola. Pero concentró en su corpulencia algo de todos ellos.

Dicen los que dicen saber que si alguien influyó más que otros en la forma de sacar notas al bandoneón, en la de hacer hablar al bandoneón, en el arte de llegar a las entrañas de la porteñidad estirando las notas en sus fraseos, fue Ciriaco Ortiz.

Una fecha: diciembre de 1930. Aquí se incorporó al sexteto en el que aprendió a tocar tango. Lo dirigía el violinista Elvino Vardaro. Troilo, tocó ahí por primera vez con Ciriaco Ortiz. En el piano, Osvaldo Pugliese, segundo violín Alfredo Gobbi (hijo), que luego se convertiría en otro renombrado con su propia orquesta. Una constelación de notables este sexteto.

A partir de esta formación el “Buda” no dejó de enriquecer su bagaje musical y el tango que ofrecía. Dio la bienvenida a la marcación rítmica lerdona propuesta por la Guardia Nueva del tango y valoró a los arregladores entre los que tuvo a los mejores: Piazzola, Argentino Galván, Emilio Balcarce. También logró convocar a los músicos y cantores que aportaran a su idea musical de la orquesta, a los que consagró.

Como director fue esencialmente tanguero, se esforzó en interpretar el tiempo del tango que le tocó protagonizar: cuatro por cuatro puro en la expresión musical, estirar las notas por todo efectismo, solos casi siempre destinados al bandoneón y respeto por las demandas de los bailarines.

 Esta forma de privilegiar el sonido del fueye fue, además de un estilo, una marca de liderazgo que usó Troilo destinada a sus músicos. El peso del bandoneón era decisivo para su orquesta y todos debían tenerlo claro.  

Pero esta premisa de funcionamiento orquestal, Troilo no la dio con una orden: el gordo supo cómo extraerlo de sus músicos gracias a una característica que este hombre reunió en su personalidad: condujo la orquesta sacándole lo mejor, sin dejar de ser lo que todos le reconocieron, un generoso y bonachón.