Muy difícil encontrar en la fila de los compositores populares de tango abonados a bibliotecas, miembros de número de sociedades cientificistas, habitués de conferencias lacanianas o cosas por el estilo. No es difícil de explicar y el querido “Cacho” Castaña, traduce esto con su estilo rante para señalar que: “nadie compuso un tango después de tomarse un yogur”.

Carlos Waiss, por ejemplo, tan poco conocido como letrista de tangos inmortales, no conoció el yogur. Sí en cambio y entre otras cosas el juego de dados y el cabaret “Ocean” del bajo porteño, donde presentó y fue glosista de la orquesta de Rodolfo Biagi.

También conoció a Julián Centeya -a quien admiró-, a Dante Linyera, Celedonio Flores y Carlos de la Púa. De ellos sacó veta poética en el lunfardo más espeso que Juan D'Arienzo  aprovechó poniendo música a títulos como "Cartón junao", "Chichipía", "Bandera baja", la milonga "El raje" y "Bien pulenta". Aunque las penumbras de la noche bohemia también alumbraron con su intimismo "Qué tarde que has venido", "Soy del noventa", "Un tango y nada más" y "Yo te canto Buenos Aires". Pavada de obra.

Carlos Waiss nació aquí hijo de inmigrantes rusos y, como muchos bichos de madrugadas, murió joven con 57 años, el 27 de agosto de 1966. Sus composiciones cuentan de lo que sabía: la vida, la noche, el cabaret y el escolaso. Dijo en versos de métrica precisa, porqué:

“Llevo el tango en el alma porque es muy mío,
por bravo, por compadre y sentimental,
porque dice de amores, de hambre y de frío,
porque muerde recuerdos y desafíos
como la flor shusheta muerde un ojal”.

Todo dicho. Y Tomás, el Buenos Aires, en una época donde los creadores del género no son pocos y muchos muy buenos se pregunta: ¿No será que estamos pasando por el garguero demasiado yogur?

 Waiss fue un caballerito entrador por simpático, muy compinche de D'Arienzo, Héctor Varela, Centeya y el ex campeón de boxeo Oscar Sostaita.

Llegué a chamuyar con Sostaita en la Sala de Periodistas de la Casa de Gobierno, cuando visitaba con frecuencia a los inolvidables Enrique Bugatti de “Clarín” –ya fallecido- y el “tano” Roberto Di Sandro de “Crónica”.  Sostaita, de nazo chato por las piñas, fue un boxeador petiso como todo peso gallo que apenas pasa los 53 kilos; arrastraba unos ochenta cuando lo conocí. Fue producto del Almagro Boxing Club, legendario semillero de boxeadores  hoy más activo que nunca con su sede renovada en la avenida Díaz Vélez al 4200.

Me acuerdo del hablar lunfaaporteñado de Sostaita, de sus historias de bohemia con el rey del compás y con Carlos Waiss y de la noche que vivió con ellos en la época de oro del tango.

Es el mismo que aparece como coautor del tango re-milonguero "Yuyo brujo". Lo firman Benjamín García y y Sos Taita. García fue un bandoneonista de Héctor Varela que andaba muy mal de guita y, para que zafara cobrando derechos de autor en SADAIC, le compusieron un tango. Claro, lo tocaría y grabaría D´Arienzo, garantía de plata por venir.

La música, en realidad, fue del mismo Varela con letra de Waiss, aunque cambiaron los nombres porque los dos tenían compromisos autorales con D'Arienzo. Como el boxeador era amigo de todos, Waiss muñequeó palabras y anotó como autor de “Yuyo Brujo” al boxeador aunque separando su apellido: quedó separado Sos Taita, que en lunfa significa varón, guapo, leal. Salió con fritas “Yuyo Brujo”,  que cosechó derechos de autor a lo guaso. Benjamín García, que originó esa pieza, dejó de ser pobre.