Un espejo tapiza la pared del salón milonguero (...). Testigo supremo de las vanidades, ese amplio rectángulo de vidrio bañado en cristales de plata devuelve las actitudes de todos los que se animan a mirarlo.

Romance secreto de toda mujer los espejos, si hay alguno en el salón de baile es buscado tanto por las paicas de los orígenes del tango como por las minusas del siglo XXI, no sólo en la pista a la espera de la siguiente pieza mientras cambia palabras con su bailarín, sino en movimiento en pleno abrazo de baile (..). No son suficientes los espejos del tualé, ¡qué bueno un espejo en el salón para ellas!

El instinto de ver “el cómo estoy” les dispara abrir los ojos justo al pasar frente al espejo. Y, con un visaje furtivo, asegurarse que todo está en orden y, si algo no lo está, solucionarlo en menos de un segundo. No son todas, pero son casi todas (...). Si para el avisado hasta da ganas de decirles: “estás bien nena”...

El espejo se gasta en la milonga, y cómo.... Pero no son sólo las mujeres. Hay varones que le pegan el vistazo... (Continúa)

 (Fragmento del capítulo del mismo nombre en mi libro "Danza Maligna" de reciente edición)

Esta ilustración y todas las de la obra son de la artista plástica Mirta Romano. ¡Gracias Mirta!

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