El tango no sólo nació baile y punto. El género, además de un nacimiento, le debe a su danza dos rescates de sendos declives hacia el olvido.

El primero en la segunda mitad de los años ´30 cuando con la fuerza del ritmo se ganó a la gente y en los ´80 el segundo, como rebote acá del suceso que el tango baile pegó en Europa y Estados Unidos a través de “Tango Argentino”. Fue protagónico además el baile para arrastrar multitudes populares a clubes y cabarets en los años ´40, lo que dio el marco necesario al tango para consagrar su época de oro con una fórmula, enriquecer con más y mejor melodía al ritmo.

Hasta que el tango necesitó vanguardia. Astor Piazzola y los que decidieron seguir a este genio musical, dieron el sonido de un Buenos Aires en cambio que llegaba –llega- inexorable. La música irrumpió con fuerza protagónica: la melodía cedió posiciones a un fraseo musical y de canto irregular. Duro de tararear, silbar, cantar y cero danza.

Sin embargo, aparece como una clave de muy buenos momentos del tango la sociedad melodía-ritmo. Una  asociación que permite tararear, silbar, cantar y bailar una composición. Yunta además, la melodía y el ritmo, que es capaz de reunir la fuerza necesaria como para convocar a la gente masivamente.

Hoy el baile de tango, que dio luz al género y se lo cargó al hombro cuando lo necesitó, filigrana las pistas con la música de los años ´40 de manera excluyente. La música milonguera, el pueblo milonguero hoy, no puede apartarse de la música compuesta por los grandes creadores de aquellos años de oro.

Vendría bien que, además del tango vanguardia, músicos y letristas revivan en nuevas composiciones la vertiente musical del pueblo de los barrios y el milonguero donde la melodía y el ritmo son los protagonistas. Es decir, sumar a la creación actual la fórmula que atrajo, y es capaz de atraer multitudes al tango, melodía y ritmo: música que se pueda tararear, silbar, cantar y bailar.