A Enrique Cadícamo no lo entusiasmó llegar al siglo XXI: nacido el 15 de julio de 1900, dejó esta aurora el 3 de diciembre de 1999. Había vivido todo, y con todo, su siglo. No lo cambiaba por la vida y la música acelerada que veía venir y, entre otras cosas, sepultaría a lo que consideraba una institución popular: el simple silbar de la gente. Necesitaba vivir con tiempo y melodiosamente y lo testimonió al escribir más de mil doscientas obras, de las cuales veintitrés lo convirtieron en el autor más interpretado por Gardel.

Así que algo sabía de tango este enorme poeta que sentenció: "el tango es una cosa muy humilde, muy sencilla. Es pulsación, es fuerza, es una emoción interna; un sentimiento que vale más que la parte ortodoxa que pudiera tener cualquier la partitura". Con esta sensibilidad, no obstante fue un dandy. Un aristócrata de la pluma que conoció el mundo y sobre todo la Francia tanguera y su bohemia a lo argentino de rascar los bolsillos para buscar un franco o un mango.

Tomás Buenos Aires lo conoció y hasta charló con él: visitaba la Sala de Periodistas de la Casa de Gobierno para encontrarse con su amigo Enrique Bugatti de "Clarín"-gran tipo y también autor de tangos-, "el tano" Roberto Di Sandro de "Crónica" y otro visitante, el boxeador dariencista y amigo de los tres Fernando Sustaita, firmante de ese exitazo que fue "Yuyo brujo". Con casi noventa pirulos encima Cadícamo parecía un pibe estudiante: más bien alto, tenía pelo, nada de grasa y empilchaba casi siempre de blazeres azules, corbata y pantalones claros...

Sólo con apenas algunos títulos de sus tangos te da para que tengas: "Los mareados", "Anclao en París", "Nostalgias", "Pompas de jabón", "Muñeca Brava", "Vieja Recova", "Che, papusa… oí", "Madame Ivonne", "Nunca tuvo novio", "El cantor de Buenos Aires", "La casita de mis viejos", "Niebla del riachuelo", "Compadrón", "Al mundo le falta un tornillo".

Inmortalizado con estas y otras creaciones no encontraba motivos para aguantar y trasponer el umbral del XXI, el nuevo siglo. Nutrido con la savia del adoquín y el farol, de los corralones de carros, de letras escritas en un papel arrugado sobre la mesa de un bar, de la noche de la calle Corrientes que nunca dormía y de dedicar mucho de ese tiempo que reclamaba a la amistad, dejó a modo de explicación estos dichos al Buenos Aires XXI: 

"Escribir letras de tangos es una cuestión de clima, de época. Celedonio Flores, por ejemplo, le da un clima de época, un paisaje; tiene palabras que se ajustan a lo que era Buenos Aires. Ahora habrá otras palabras -para contar el clima y el paisaje por venir-, que las busquen los nuevos", opinó.

Celoso de la cuna del 2x4 no dudaba en preservarla soltando dichos como "hay que aconsejar a la gente joven de que el tango no necesita cambio de ropa, hay que tocarla tal cual es" y asentaba esta afirmación con ejemplos: "Juan Carlos Cobián rompió los moldes antiguos, arcaicos, como los de Ángel Villoldo o Eduardo Arolas, pero no se apartó del espíritu del tango. Y eso que Cobián era un admirador de Arolas" recordó. Con este decir Cadícamo pegó en la médula de lo que verdaderamente fue la  renovación del tango de fines de los años ´20: le adjudicó el carácter de pionero a Cobián y no a Julio De Caro... Otra vez, es que algo sabía de tango.

"Yo no descarto la posibilidad que vuelva el tango con su esencia -aclaraba- se puede hacer y entonces sería bueno que los estudiosos digan por qué Cobián, por qué Delfino y todos los revolucionarios del tango, dejaron la parte auténtica" del género para edificar sobre ella.

Tomás recordando a Enrique Cadícamo coincide con el maestro en considerar como una institución, la gran patente, una firma, que da a la música el sibar..., se silba lo que es popular... Y por eso Cadícamo sostenía que "éxito es andar por la calle escuchando que la gente silba un tango de uno; esa es la mayor gloria para un autor. Aunque el que silba no sepa el nombre ni quién lo hizo".

Enrique Cadícamo, enorme poeta que pobló con imágenes y su emoción los pentagramas de tango, esperando que las composiciones tuvieran la firma de lo popular con el silbido de la gente por la calle. Cadícamo, quién mejor que él para conocer que su tiempo estaba cumplido... Quíen mejor que este hombre para concederlo cuando lo inexorable, el paso del tiempo, fue el gran protagonista de muchas de sus letras.

"Pensá, pobre pebeta, papa, papusa,
que tu belleza un día se esfumará,
y que como todas las flores que se marchitan
tus locas ilusiones se morirán.

Cuando implacables, los años,
te inyecten sus amarguras...
ya verás que tus locuras
fueron pompas de jabón".

 De "Pompas de jabón", tango de Enrique Cadícamo y Roberto Goyheneche.

Ilustración: Cadícamo -derecha- con su admirado Juan Carlos Cobián.