En su libro “Dancing”, Gerald Jonas sostiene que el baile social –desde las fiestas familiares, pasando por la milonga y llegando a las disco-, manifiesta el entramado de la sociedad y deja entrever las formas en que funciona, sus valores, sus deseos, sus expectativas, sus tabúes, sus prejuicios.

Y entre líneas, Jonas hace reflexionar a través de sus párrafos -y nos hace coincidir- que en el mundo las sociedades se van acostumbrando a desplazar el gusto por la esencia melódica de la música, privilegiando una columna vertebral musical que pasa por la estridencia y la repetición de los sonidos -ejemplos, agregamos, la marcha y la cumbia bailantera en nuestro país y el reggae en el exterior).  

El autor, al destacar que el baile que ejecutamos pone de manifiesto la forma de vida de la sociedad que lo practica, da solidez a su apreciación al argumentar que sólo nos damos cuenta de cuánto nos refleja nuestro baile social, cuando nos topamos con las danzas de otras sociedades. Absorber ese choque es remitirnos a lo que nos identifica, a nuestra pertenencia.

Si se coincide con Jonas en esta premisa, podemos rescatar los grandes rasgos de qué identificaba, por ejemplo, a la gente que bailó el minué o los valses de Strauss en los fastuosos salones de las realezas europeas y luego americanas –la elegancia, la ceremoniosidad, el goce de la melodía, la pacatería de la época-; qué identificó a quienes bailaron a los derivados del jazz –el grito de lo negro desde la música, el roce con lo prohibido y el ir hacia los límites sociales establecidos por la época a través de la música de calidad pero a la vez desafiante-. 

Ya entre nosotros, qué identificó a quienes bailaron el tango, nacido como baile –el palpitar orillero, lo simpleza de costumbres, el conventillo y el tugurio que acrisolaban social y musicalmente a tanos, gallegos y criollos, asociados en la búsqueda de llegar desde el suburbio -el arrabal- al centro de la ciudad.

Finalmente qué identifica hoy a la música de los boliches –una melódica lineal, donde las alturas de la música son superadas por la estridencia para exponer la denuncia y la resignación joven sobre la sociedad a la que pertenecen-, y la música de la bailanta –divertir, pasar el momento, sin otra pretensión musical o social-. 

Otra vez, si se coincide con Gerald Jonas en que el baile social identifica a la sociedad que lo practica por sus valores, expectativas y deseos entre otras características, queda para la reflexión, lo que se ha ganado y lo que se ha perdido en lo social, también deteniéndones a observar nuestros bailes.