Lo sentaron y sin esperar pidió un whisky doble con hielo, el más caro. Tomás, hasta ese momento sólo en la mesa, relojeó del tipo la pilcha muy cara, corbata de seda floja en el nudo y en la muñeca un Rolex Presidente. –Qué tal che, soy Jorge mucho gusto. A ver… querés contarme un poco cómo es esto de la milonga?- le largó de golpe el recién llegado, un desconocido para el ambiente.

Apichonado por la presencia y seguridad que mostraba el hombre, cincuentón largo casi sin kilos de más y pelo teñido con clase forrándole la cabeza, Tomás aclaró la garganta para responder: -sí, le cuento cómo no… usted es nuevo en la milonga ¿no?- quiso saber.

-Sí, hoy primera vez y casi seguro la última que llegue a una milonga, sólo quiero ver qué es porque mi tío Vicente, que murió en 1946, hizo mucho por el tango en París y es una vergüenza que yo no sepa nada de tango…

-¿Quién fue su tío?- preguntó intrigado Tomás a esa figura cero milonguera. El tipo sonrió y alzó la vista para mirar al preguntón. Después, mientras se desgranaba la tanda de Troilo, se dedicó a mirar a los bailarines mientras despachaba su relato.

-Mi tío –empezó- fue Vicente Madero, un bacanazo de la época que hacía su propia gomina y al peinarse se apretaba el pelo con una media para aplastarlo en la cabeza. Era tan exquisito mi tío que lustraba la suela de los zapatos para que al cruzar las piernas se las viera brillar contaba mi vieja…-.

Ya sin dudar de sul pedigrée ricachón Tomás le prestó oreja  al hombre que, entonado por el salón de baile y por los tragos de whisky que transitaban su garguero, se entusiasmó con la historia del pariente. Contó que en la época de Madero -en lo de la escritora Victoria Ocampo los jueves se bailaba toda la tarde con la orquesta de Osvaldo Fresedo. Ricardo Güiraldes y mi tío se llevaban los aplausos al bailar tango; fueron dos tipos hechos para eso- le aseguró el tal Jorge.

-Pero eso no es nada –la siguió- andá a los libros y vas a ver que estos dos y Daniel Videla Dorna, todos de familias bacanas de acá, plantaron el tango en los salones aristocráticos de Paris y consiguieron que lo bailaran los jailaifes más cogotudos en el Montmartre y hasta al costado de la torre Eiffel. Según lo que me contaron, con esa carga de glamour francés, el tango vuelve a Buenos Aires donde le abrieron las puertas las mansiones de la avenida Alvear, de Callao, Santa Fe y la calle Florida. Copiar lo francés era lo que usaba la sociedad porteña paqueta, ¿qué tal che?…-

-Pero tampoco es todo –remarcó empinando el segundo whisky - es que todo lo que hizo en París por el tango mi tío Vicente, dueño hasta de una academia de baile, lo hizo siendo cónsul argentino allá y habitué del cabaret “Princesse”, que después fue el famoso “El Garrón” de Manuel Pizarro, lugar que reunía a todos los argentinos llegados y hasta a los anclados en Francia en la mala- rescató el tipo. Y agregó: -niño bien, bailarín y, ya que estaba, cónsul argentino en París, una mezcla que sólo podía dar el tango che-.

Y remató: -es la historia de mucha gente de guita de antes de 1920 que tomaron el tango como un ritual que llegaba de lo prohibido y que no quedaba mal, que le daba un lustre exótico a la paquetería de la época…-.

Al primer silencio que se estableció con fondo de tanda de milonga a cargo de Juan D´Arienzo que agitaba la pista de baile Tomás le preguntó: -¿y dígame, cómo bailaba su tío?-

-¿Cómo bailaba el tango mi tío Vicente Madero?, por lo que me dijeron mis viejos bailaba como lo lo que te dije, como los niños bien de entonces, caminaba con pasos largos al contrario de lo que se hacía en los suburbios donde más que caminar se buscaba hacer alarde con las figuras de baile. ¡Ah…! Y me contó la Puyeta Videla Dorna, a quien llegué a conocer mucho y me hablaba siempre de tango, que además del tranco largo mi tío bailaba “sabiendo agarrar a la mujer” eso decía la Puyeta. Rebacán mi tío pero sabía agarrar a una mujer che- acentuó el ricachón.

Apuró el último sorbo de whisky, se levantó de golpe y le dio la mano a Tomás. –Mucho gusto che, por fin conocí una milonga. Cumplí con mi tío Vicente. Hasta por ahí nomás, si estuviera vivo no me perdonaría el no saber bailar el tango. Y ahora que lo pienso, me hizo quedar con la duda este Madero: ¿yo sé agarrar a una mujer?-. El hombre giró y buscó la salida.

Dice “Tango de Ayer”, del gran Enrique Cadícamo:

Aquel tango de smoking embrujó a la mujer,/fue Vicente Madero bacán y bailarín/ y Carlitos Gardel rival de Chevallier/y un maestro de lujo/llamado el "Vasco Aín".