Juró su hija que fue quien creó los cuatro primeros pasos básicos de la danza del tango, para enseñar a bailarla. “Él inventó el paso 1, 2, 3, 4 y cruce, guste o no. Aunque no se lo reconocen porque no les parece bien que un ruso haya sacado del suburbio el tango, habiéndolo pulido para que en el Barrio Norte se pudiera bailar”, sentenció Eugenia para dejar abierta una nueva leyenda del tango.

Aunque el dato no es tan llamativo si no se sabe quién es el ruso Chikoff. Tuvo por nombres Juan Eugenio y fue en Buenos Aires un embajador sin credencial de la severa Rusia zarista, aunque con el título de noble de su patria que a la sociedad porteña le costó reconocer. Igual, al ruso Chikoff no le costó meterse en el bolsillo por presencia y por su vasta cultura a las familias porteñas de la avenida Alvear.

Allá por los años veinte el conde fue uno más –aun siendo un personaje- para los socios de los entonces repaquetísimos clubes Ocean y Golf Club en Mar del Plata, en los que “daba lecciones de baile, gimnasia, patinaje, equitación, aviación, tango…”, recordó su hija. Y no sólo eso, aseguró con convicción Eugenia que su padre “inventó el paso 1, 2, 3, 4 y cruce, guste o no”. ¡Salute!

Haya o no dudas sobre esta estirpe tanguera de Chikoff, el rígido ruso tuvo que ver con el género y conoció a su ambiente en los años de crecimiento exponencial del tango. Es más, aportó: cuentan que en 1923 cuando Julio De Caro recibe como legado de Juan Carlos Cobián su sexteto, sus actuaciones no daban para matar el hambre de los musicantes. Entonces Chikoff los salvó: los llevó a tocar a sus tés danzantes en el café Colón de avenida De Mayo… y les engordó fuerte el puchero y los bolsillos.

Polifacético, el ruso Chikoff hablaba nueve idiomas y escribía en griego y latín perfectamente como legado de su familia aristocrática rusa que, como muchas otras, desaparecieron en la revolución bolchevique que derrocó al zar Nicolás II. Lo habían mandado a estudiar a París y por eso se salvó de morir en Rusia con su familia.

Eugenia de Chikoff, que aquí fue maestra de “buenos modales” describió a su padre como “un hombre hermoso que hablaba cualquier cantidad de idiomas y de una vasta cultura”, pero concedió que por no olvidar la educación de la Rusia zarista y defender sus principios estrictos “era difícil convivir con mi padre: él era conde y no se agachaba ni a levantar sus lentes cuando se le caían”.

Sin saber la suerte corrida por su familia imperial en Rusia con la revolución, Juan dejó París con destino a Buenos Aires eso sí, con unos cuantos mangos, mejor dicho rublos y francos, encima. Al llegar aquí aseguraba ser aviador, periodista, jinete y bailarín. Se nacionalizó al año y medio de residencia y se casó aunque la unión duró poco “mi padre era hermoso y las mujeres, fatales” sentenció Eugenia.

En 1928 diseñó el ceremonial oficial durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear y empezó a enseñar protocolo y buenos modales.

Su fama llegó a fines de los ´40 a Juan Perón, que lo llamó. “Quiero que le enseñes protocolo y ceremonial a Eva, porque toma la sopa cantada”, confesó Perón al conde. Chikoff aceptó aunque después de algunos meses de trabajo con buenos resultados, el noble llegó al despacho presidencial con quejas de Evita: “las malas palabras... Cuando su mujer se enoja es incontrolable. Me doy por vencido”. Y renunció. Murió en 1988 y su nombre lo recuerda el tango “Chikoff”, del pianista catalán Manuel Jovés.

-Datos tomados para esta nota: gracias "La Nación" y "Perfil"-