Le tocó una época difícil para un bandoneonista y lo asumió: tomó la bandera de la renovación en el tango cuidando no establecer un abismo con lo clásico. Así, articuló el tango tradicional de los ´40 y los ´50, con la renovación que el género pide desde los años ´70. Fue referente principal en esto y con esa idea musical saltó a la consideración del público en el legendario "Caño 14". 

Toda su carrera artística la ocupó con eso: pero tenía herramientas consistentes para batallar en la difícil pelea. Un porteñísimo estilo de ejecutar su instrumento y una voz potente, avasalladora que no se apartó del sentimiento ni la afinación.

Todo, bien acompañado por su calidez humana y su proverbial manera llana, sin protocolos, de entender la amistad entre artistas y quienes no lo eran. En sus actuaciones, su intercambio con el público era llamativo para un músico: hacía partícipe a la gente de lo que sucedía en el escenario. 

Con su bandoneón, podría decirse que llegó a hablar.

 El “Gordo” nació el 5 de noviembre de 1947 en la localidad de Ballesteros, provincia de Córdoba, pero muy chico llegó con su familia a Avellaneda, del otro lado del Riachuelo. Allí jugó al fútbol con los otros pibes y se hizo fanático del Rácing Club. Paradójicamente, a los nueve años se inició en una orquesta futbolísticamente incorrecta: la del rival del barrio, Independiente. Cosas que tiene el tango. 

En “Caño 14” inició su carrera apadrinado por Aníbal Troilo, casi nada. Sus mejores piezas: "Mi bandoneón y yo" y "Qué tango hay que cantar", inolvidables realizaciones.

Su cuerpo arrastró problemas de salud durante décadas: en 2005 debió someterse a un bypass gástrico cuando superó los 140 kilos de peso. A eso se sumó después un cáncer de próstata cuyas metástasis terminaron con su vida esta madrugada en el Sanatorio Guemes. 

Cuando le diagnosticaron esta última enfermedad se refugió en Córdoba, su provincia natal. Allí explotó un boliche que, lejos de la agitada vida porteña, le permitió continuar sus amadas trasnochadas con amigos y clientes. Degustando esa forma de vida que tanto disfrutó, se fue Rubén Juárez.

El tango no lo olvidará. Su bandoneón está llorando.