El buen bailarín de tango se desplaza al compás de la orquesta. El que sabe, y tiene oído, puede adelantarse al ritmo –el golpe, la marcación de los sonidos graves- en algunos pasajes de la canción, pero enseguida se dejará alcanzar por la orquesta apelando a una figura que asocie lentitud en el desplazamiento. A la inversa, el que sabe bailar, y tiene oído, puede atrasar el paso durante un pasaje musical respecto al ritmo, para después alcanzarlo con un paso rápido –corrida por ejemplo-.

El ritmo está a cargo de los sonidos graves de la orquesta, el contrabajo y la mano izquierda del piano a los que puede sumarse el golpe de la fila de bandoneones –típico en D´Arienzo-. Sobre ellos, sobre el ritmo, se desarrolla la melodía: alegre o melancólica, potente o exquisita, plena o cargada de silencios.

Un instrumento melódico –violín, flauta- lo es porque no acentúa rítmicamente la melodía, la desarrolla. La melodía va y viene, se atrasa y se adelanta; la marcación rítmica, el ritmo, nunca. La forma de utilizar estos recursos son el secreto que define las particularidades de un género musical. 

En la música popular los ejecutantes que tocan, puntillosamente, higiénicamente, la partitura, interpretan buenas marchas. Deben ser los creadores y los intérpretes con su conocimiento los que logren que su mensaje musical enriquezcan el género al cual están volcados.

Y en el tango, lo que se destaca, lo que sobresale como estilo, como mensaje musical, no es puntilloso con la partitura, no es higiénico. Al contrario, tiene “mugre”.  Tiene pliegues, recovecos, recursos de técnica musical que le dan el sabor. Eso es “la mugre” del tango.

Síntesis: en el tango, el ritmo permanece sin variaciones de tiempo, mientras la melodía puede adelantarse y atrasarse según el estilo y gusto del intérprete para, en el final coincidir en un rallentando –disminuyendo- conjunto.