El cabaret más bacán y glamoroso de Sudamérica en su época fue el "Tabarís", de la avenida Corrientes 831 entre Suipacha y Esmeralda, hoy sala teatral. Detenerse en lo que fue su vereda, es imaginar la suntuosidad de ese polo de diversión de la noche porteña paqueta. Y recordar que fue, ante todo, un templo del tango en baile y orquestas.

Sucesor del “Royal Pigalle” de la misma laya, aunque en comparación un menesteroso, el “Tabarís” fue frecuentado nada menos que por Carlos Gardel, lo que ya decía todo. Pero en esta Carlitos es un nombre más: la clase del local dio para que llegaran a sus mesas entre otros el príncipe Bernardo de Holanda, el duque de Windsor -buen bailarín de tango- y el Marajá de Kapurtala con su harén de esposas. Artistas del cartel de Orson Welles, Vittorio de Sica, Errol Flynn, María Félix y un Walt Disney pródigo en regalos para las bailarinas.

Músicos célebres como Alejandro Brailowsky y Tito Schipa y deportistas como Luiggi Villoresi y Archie Moore se sentaron en sus mesas. La lista de personalidades que no quisieron dejar Buenos Aires sin conocer el Tabarís, es frondosa.

Fue la planta baja una gran pista de baile que, a la medianoche, se elevaba para convertirse en escenario que recibió a artistas nacionales e internacionales. La pista, en lo fue común de los grandes cabarets porteños, estaba rodeada por las mesas y, en los altos, por palcos todo iluminado por enormes arañas de cristal. La iluminación precisamente era lo que diferenciaba a los cabarets de las boites, éstas a media luz. Con capacidad para setecientas personas, atendían a los concurrentes unos cien empleados.

Por su rango el Tabarís, que abrió sus puertas en 1924, conseguía lo que no podían otros: que hasta matrimonios fueran a un cabaret a disfrutar de sus espectáculos de varieté, de sus vedettes, de su música tanguera y de jazz, de sus burbujas, sus risas, de sus personajes y también de sus vanidades.

Aunque su salón convocó sobre todo parejas de hombres y mujeres del buen vivir, de la diversión cara más que dispuestos a las burbujas del buen champagne y las risas fuertes. De otra estirpe eran las mujeres de cierta finura acompañantes de cogotudos de ocasión, ellas también disfrutaron de lo bueno del Tabarís bancado por la billetera de sus mishé.

Pero hablamos de un “cabaret” y, después de lo anterior, ¿qué tenía el Tabarís de cabaret?: el subsuelo tipo bar americano donde minonas bien empilchadas atendían las soledades varonas. Se las llamó “alternadoras” en un eufemismo de la palabra “copera”, es decir la que invitaba al hombre a tomar copas en compañía tratando de aguantarlo hasta las cuatro de la mañana. Si tenían suerte, a esa hora quedaban en libertad para irse con el tipo a continuar la noche. El dato: hablaban distintas lenguas como condición necesaria para atender a la mayoría de extranjeros que bajaban a ese subsuelo.

El Tabarís cerró sus puertas el 19 de enero de 1962, cuando después de años de perder dinero su dueño, Andrés Trillas, sentenció: “de lo que estoy seguro, es que el Tabarís terminó definitivamente como cabaret".

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