"Sos Gardel” dice el porteñito, cuando quiere celebrar la habilidad, ocurrencia o viveza de alguno de sus gomías. “Sos Gardel” se dice hoy y se vivía antes, durante los años del artista.

Este último aniversario de la muerte de Carlos Gardel tuvo, para Tomás, el Buenos Aires, la fuerza como para desempolvar del baúl de los recuerdos un relato que sabía repetir su madre, y que reafirma esa calidad que reunía el "Zorzal Criollo" de ser un grande. Un muy grande, cuya verdadera altura hoy es difícil medir con precisión, después que muchos años han depositado brumas sobre su brillo y sobre la época que le tocó vivir.

El relato de Pilar, la madre de Tomás, fallecida hace años, era a su vez un recuerdo y pinta una postal sobre “el Morocho del Abasto” y su época.  Años, la década de 1930, de brutas pobrezas. De miserias con hambre y frío en serio… Los mismos años que vivió en el pueblo bonaerense de Chascomús María, la madre de Pilar y abuela de Tomás.

María, en la casita familiar de paredes flacas, cuidaba los siete hijos mientras su marido ganaba lo que podía vendiendo helados en la calle pedaleando un triciclo en los veranos y haciendo changas el resto del año. Con las pestes que trae la pobreza se enfermaron los dos y murieron jóvenes.

María, contaba la madre de Tomás, fue una mujer de sonrisa fácil aún frente a las privaciones. Sin embargo a diario, por la tardes, tenía un momento esperado, especial, en que su sonrisa era todavía más amplia y duradera. María esperaba ansiosa ese momento para acercarse solita a la pared que la separaba de su vecina y sentarse en un rústico banco con la espalda apoyada en el muro.

Allí, ella, que no tenía radio, esperaba que la vecina encendiera la suya para que brotara la voz de Gardel. Y allí, pegada su carita a la pared, María escuchaba a Carlitos. A esa voz que le arrimaba cada tarde la cuota de alegría, de ilusión y esperanza que a esa mujer le alcanzaba para seguir viviendo.

Esta postal es una más de las que sirven para cuantificar la verdadera medida de Carlos Gardel, una dimensión entre otras cosas, capaz de hacer sonreír al pobrerío sólo con escucharlo en una radio ajena.

Era Gardel y era lo más. Tanto que hoy todavía, que te digan “sos Gardel” te hace sentir más piola y argentinito que cualquier otra cosa.

 

-Imagen: ¡gracias Takateru!-