Una “vieja” mexicana, transfirió a México “el corazón de la milonga” según lo que ella misma auscultó al visitar el jueves 8 la ya consagrada “La Cachila”, que organizan Juancito Lencina y Daniel Rezk.

Lo hizo para el medio periodístico de ese país “Milenio”. Tomás Buenos Aires se topó con la nota en la edición por Internet de ese grupo mediático, donde lamentablemente no quedó claro quien es su autora. Ojalá que desde allá alguien llegue, vía red, a esta página para enviarnos la aclaración correspondiente.

Pero sea quien sea la “vieja” mexicana, como nombran los charros a sus mujeres según surgirá del relato, atrapa al porteño la descripción que formula, porque en pocas líneas enfocó lo principal del salón del baile de tango en cuanto a ambiente y fauna viviente.

Sobre todo, porque otorgó a la milonga el valor que le es propio, intransferible y que el mejor espectáculo tanguero de baile no le puede sustraer: el purismo, la legitimidad. El ser, la milonga, el templo del baile al piso. Ser, la milonga, la manifestación del tango tal como lo siente y goza el pueblo, sin libretos ni fantasías. Bien por esa distinción.

Esto dijo “la vieja” de la milonga porteña:

“Aborrezco los espectáculos montados para el turismo lego. Por eso en Buenos Aires no me ha dado por asistir, y no lo haré jamás, a una exhibición de tango-fantasía. Siento que allí dan rata por liebre, que la lentejuela y el artificio se imponen y marginan lo que de auténtico le queda al baile definidor de la Argentina.

Tal fue la razón por la que acepté ir el jueves a una “milonga”, es decir a un sitio donde los porteños se congregan para bailar tango, sólo para bailar tango, sin turismo propenso a lo que caiga. Me invitaron un jueves (…) a la tanguería/milonga de La Rioja y San Juan.

Respecto de hasta cuándo quedarse, eso lo decide cada asistente de acuerdo con su vida personal: hay gente que no trabaja por la mañana y se queda hasta las 3; otros se levantan temprano y se retiran a las 23. En estos lugares las mesas se distribuyen por sexo: las nenas con las nenas y los nenes con los nenes... salvo que sean parejas, en cuyo caso están sentados a la misma mesa y bailan entre ellos dos en exclusiva (y ya fue uno de los tantos códigos de la danza del tango).

Otro de los códigos es el cabeceo. En realidad, todo empieza por el contacto visual. Mujeres y hombres hacemos ‘paneo de cámara’; en ese paneo, puedo captar que me mira un caballero, él me invitará a bailar con un cabeceo. Si me interesa bailar con él por el motivo que sea, asiento con la cabeza o hago algún gesto aprobatorio. Entonces viene hasta mi mesa y recién entonces me paro y comenzamos a bailar. El cabeceo es el invento más maravilloso para elegirse como compañeros de baile: si el candidato no me interesa, miro para otro lado, como si no lo hubiera visto y él no queda públicamente desairado. Se considera una descortesía venir a sacar a la mesa, porque está obligando a aceptar a la mujer o él corre el riesgo de que lo rechace públicamente y deba volver a su sitio cabizbundo, meditabajo y con el rabo entre las patitas.

Otra descortesía es, una vez terminada la tanda (tres o cuatro piezas seguidas) dejar a la mujer parada en medio de la pista; no, el hombre debe acompañarla hasta su silla y después él regresa a su lugar”.

Suena fácil. Vi de veras el cabeceo de los señores, la aceptación de las mujeres, las tandas de canciones y una pausita como de un minuto entre tandas, la ausencia de aplausos entre tema y tema, el cadencioso oleaje de las parejas alrededor de la pista.

Lo que más me asombró, además de lo difícil que se ve bailar ese ritmo endemoniado, fue un detalle que me dio la clave para entender por qué en México jamás bailaremos tango como en las milongas porteñas: es, por así decirlo, la promiscuidad dancística.

Aunque se vaya en pareja, pueden sentarse en mesas distintas, y aunque bailen algunas tandas los dos, bailan con otras mujeres y otros hombres, lo que sería intolerable en nuestra cultura. ¿Cómo —diría un macho mexicano estándar—, mi vieja va a bailar con otro cabrón? O ¿cómo —diría una mujer mexicana estándar—, mi viejo va a bailar con una volada? Jamás, sería la respuesta en ambos casos.

Otro detalle digno de ser resaltado es la capacidad que tiene la milonga para provocar entrecruzamientos. Jueces, filósofos, obreros, médicos, burócratas, todos bailando, todos igualados por el tango. Muy extraño fue esto para un mexicano alelado por códigos desconocidos. Todavía siento que estuve metido en un brumoso cuento de Roberto Arlt".

Sí, una buena descripción de la milonga hecha por un asombrado extranjero al visitarla. Otro más. Gracias "vieja", quienquiera que seas.