No lo había vivido hasta ese momento en la milonga. Y aprendió a vivirlo cuando el organizador en el micrófono conmovió a los asistentes al anunciar que un conocido de todos, que un milonguero de tantos salones, de miles de tandas, de cientos de miles de piezas bailadas, en fin…, que un milonguero de ley, esa tarde se había ido a filigranear tangos, milongas y valses allá, al ladito del que quita y da. Y al lado de los milongueros y milongueras que allá fueron antes que él.

Hubo un aplauso respetuoso, nutrido y prolongado en el salón. Una, quizá más de una, que salió rumbo al tualé, escondiendo un lagrimón: tantas veces había bailado con él, tantos secretos del baile le enseñó, tantas cosas le chamuyó. Y también uno, quizá más de uno, contuvo el lagrimón: tantas mesas, tangos tragos y tantas noches compartidas. Después de los aplausos al milonguero desaparecido, la milonga se silenció.

Fue durante algunos segundos… Tras ellos, la orquesta de Enrique Rodríguez, con la voz de Armando Moreno, arrancó “El encopado” iniciando la tanda. Y tras otros pocos segundos, milongueros y milongueras dejaron sus sillas para volver a bailar.

Tomás, no lo había vivido hasta ese momento en la milonga. El homenaje a un milonguero que se fue a cabecear a otras pistas. Si bien, por ser nuevito, no lo identificaba por lo menos de nombre, Tomás pensó que el momento hubiese requerido un poco más de reconocimiento a quien le dio parte de su vida a la milonga. No supo cómo ni qué tipo de reconocimiento, pero se le ocurrió que salir a bailar después de unos cuantos segundos de respetuoso silencio, era poco homenaje…

Incómodo, lo habló con uno de los pocos de "la cátedra", de los que son de siempre en el baile tanguero, que se detenían a darle bola a sus preguntas. Le dijo, que a él le parecía cortona la recordación a un milonguero muerto horas atrás. Que si no habría otra forma de homenajear al que había partido.

El veterano lo miró y, sin dudar, lo puso en autos: autos de fiesta o fúnebres.

-Pibe- le dijo- acá sabemos lo que nos va a pasar cuando nos toque a nosotros: exactamente lo mismo que viviste hace un rato. La milonga nos va a despedir a través de una voz, un micrófono, unos aplausos y, a lo sumo, algunas lágrimas. Para después seguir danzando. Y vamos a estar contentos de que la milonga siga, que la milonga no se detenga, nosotros mismos apretaríamos la tecla de la máquina para que algún tango tapice el salón y ponga de nuevo en movimiento a la milonga después que nos den el adiós.

Pibe- remató el veterano- no se corta nuestro ritual, el ritual milonguero: bailar el tango…, siempre.

Este relato fue el "trago de Tomás", difundido durante el programa "Tomás Buenos Aires" conducido por el autor, el sábado último desde las 17 por radio Del Pueblo AM 830.