Llegó como siempre a la milonga de viernes a la noche en Gricel; mítico ese salón… por eso hay que respetarlo. Un poco más hay que respetarlo… es que suplica mantenimiento y mejoras, si se las dieran… Aunque así y todo sigue siendo mítico…

Ella llegó a Gricel como siempre, con su sonrisa amplia, compradora, buen empilche y la pollerita lo más corta que su hijo le permite usar, sin que se guarde el pibe broncarle y todo. Mina habitué, así que saluda a Alicia y los otros organizadores, Carlos y “el ronco”, los “patrones” de la milonga podría decirse.

Recargada alzando los abrigos y la bolsa de los zapatos pitucos de tango, paso seguido encara por el pasillo hacia su silla de todos los viernes mientras se para a saludar en las mesas a otros y otras de su especie, los milongueros. Entre ellos le dejó un beso a Tomás, lo que para él… eso sólo significa que lo empiezan a tomar en cuenta, a registrar, en la milonga.

Todo cambió de golpe. La sonrisa pasó a ser apretar los dientes… y los pelos de punta…Todavía a la distancia, divisó que “su” silla está ocupada. Hay otra minona sentada allí… y jaranea muy naturalmente con las que la acompañan. Ninguna es de todos los viernes en esa milonga… -¿Quiénes son y qué hacen ocupando "mi" silla y toda la mesa?- se preguntó furiosa, aunque para adentro.

El cambio de cara de la chica no se le pasó a Tomás. Así que él también desvió la vista para percibir el motivo: la silla ocupada. Una situación que no es incómoda… es casi de vida o muerte para una milonguera habitué que, con su asistencia casi perfecta, ha tomado la posesión de la silla ejerciendo el derecho no escrito ni hablado pero concedido por las leyes milongueras.- ¡Con la silla no! ¡Con “mi” silla” no joden- vuelve a sentenciar otra vez para adentro la paica sin ya detenerse más, hasta llegar al costado de la usurpadora…

Tomás, calcula que la ofendida va a pegar la vuelta hasta la entrada a denunciar tremendo atrevimiento, para que la “organizadora-patrona” ponga las cosas en su lugar. Se equivocó: directamente la encara a la que ha depositado su humanidad en “su” silla. Y, de paso, a toda sus amigas de la mesa. Tomás empieza a sonreírse, también para adentro… va ha haber batuque… es lo que le dice ahora su recortada experiencia de milonguero.

Y la cosa empieza: -Perdoname pero esta es "mi" silla –arranca la ofendida golpeteando sus uñas pintadas de rojo en la mesa- ; es "mi" silla de todos los viernes, no te podés sentar acá, tenés que buscarte otra, podés preguntar y todos te van a decir que esta es “mi” silla y que en esta mesa se sientan algunas amigas mías cuando vienen-.

La respuesta de la sorprendida nuevita fue: -Mirá… aquí las sentaron a mis amigas que llegaron antes, después me sumé yo. No quiero molestarte pero… ¿no podrías sentarte en la silla que está en la punta de la mesa por favor, así nosotras podemos seguir todas juntas acá?

Tomás, que escuchaba, volvió a sonreírse, éstas que vinieron por primera vez no son milongueras, les falta con los códigos y con el termómetro de lo posible tanguero… va a seguir el quilombo. Esta vez, no se equivocó, pagaba dos pesos…

La ofendida, en actitud de tomar posesión del lugar como está segura le corresponde, apoya sus cosas sobre la mesa y aprieta: -¡no voy a sentarme en otra silla, este es “mi” lugar y no quisiera tener que llamar a los organizadores para que te digan como son las cosas!-.

No hubo necesidad de llamarlos, vinieron solos: irrespetuosa mal la discusión con la tanda acaramelada y nostálgica de la orquesta de Lucio Demare con la voz de Raúl Berón…, la escaramuza entre mujeres ya había sido escuchada desde lejos…

En fin…, el oficio de organizador tiene experiencias dolorosas… Así que, tipo referí de boxeo, Carlitos, el Atadía, corbatita y traje casi de gala, con su inagotable paciencia, se metió entre las minas a tratar de arreglas las cosas…

A esa altura, Tomás, ya maliciaba que alguien debía recurrir a los códigos de la milonga para que la cosa no pasara a más… a más quilombo…

Y el código de la milonga sobre la supuesta “propiedad” de las sillas en los salones tangueros volvió a funcionar. No hay mucho con qué darle. Sin que haya propiedad, hay propiedad. La especie milonguera atesora “su” silla de siempre. Entre milongueros esto es sabido y respetado… La silla es la silla…

Así que las chicas que no eran de la milonga, o por lo menos de esta milonga, tuvieron que mudar de mesa entre miradas de odio perpetuo y promesas contenidas de futura venganza a la "titular" de ese espacio de la milonga. Todo, por… una silla. Milonguera la silla.