Le cuesta mucho a Tomás. Demasiado, teniendo en cuenta que es apenas un paso de danza. Pero así es el tango: no fácil. Si uno busca aprenderlo, y no sólo a bailarlo, sino a comprenderlo, a sentirlo, te cuesta. Y por eso se hace querer, por eso reconforta encontrarse y sentirse tanguero.

Y a Tomás le cuesta bastante: hoy por hoy, después de meses de milonguear, no le sale marcarle a la mujer el ocho atrás para que juntos lo bailen. El ocho atrás, apenas un paso de danza.

Para ese paso, el bailarín le indica –le marca- a la mujer que una de sus piernas debe ir hacia atrás cruzando a la otra en figura de ocho justamente y, una vez afirmado su pie en el piso, la otra pierna debe repetir el movimiento de cruce sobre la primera dibujando el ocho. El paso puede repetirse dos o tres veces de acuerdo a la música, y el oído del hombre. Si es buen bailarín lo marcará en los tiempos rítmicos de la melodía y, si puede hacer eso… la mujer… sabrá que él sabe. Que sabe bailar. Que sabe bailarla, como es el dicho milonguero.

Pero no es fácil “marcar” el ocho atrás para el hombre, marcar como es debido. Sin zamarrear a su pareja de baile, eso no es bailar el tango, es sufrirlo. Y Tomás, con sólo meses de milonguero todavía las zamarrea…  

El ocho atrás: no es fácil indicar esa figura porque la marca –como es las más de las veces en esta danza- no nace de los pies del hombre sino de sus hombros y pecho. Un empujoncito en el momento indicado, imperceptible para el que mira, lleva a la mujer a mandar su pierna hacia atrás y el paso puede o no seguir de acuerdo al bailarín, si sabe o no sabe...

Es propio del tango, cuánto más te metés, cuánto más sabés más lo disfrutás y más querés saber. Es virtuoso, querendón, y algo más como danza. Es…, instinto.   

Es instinto cuando descubrís, por ejemplo, que el ocho atrás es uno de los pasos del baile de tango en el que la figura insinúa, por sí sola, la búsqueda del hombre de llegar a la mujer: uno de los pasos en el que la mujer debe separar las piernas. Hay otros. Y, como contrapartida, hay pasos en el que la mujer resiste, evita, la búsqueda de llegar del hombre: son los pasos y figuras en los que ella debe juntar sus piernas.

El tango baile, chamuyando coreográficamente, es eso con un trasfondo de bandoneones: como un juego permanente en el que la mujer dice que sí al instinto del hombre cada vez que separa las piernas y le dice que no, cada vez que las junta. Casi nada…

Tomás ya percibió, es sabedor, de la envoltura de maestría y de instinto que propone únicamente el tango cuando se baila. Pero le falta para llegar a esa plenitud. Y entonces bronca. Bronca increíblemente para el que mira de afuera, porque no le sale la marca del ocho atrás. Y bueno, aunque no le guste, como a la mayoría de los varones tangueros, irá a tomar una clase. -Maldito ocho atrás-, rezonga otra vez Tomás.