Tomás, encontró su fotografía, sin tener aviso, en la pantalla de internet. Alguien tomó su imagen y la subió a la red. Nadie le preguntó, nadie le anticipó, nadie le advirtió. ¿Un escrache? Depende de la época de la milonga y del milonguero. Para él, solito, ningún problema, pero ¿y si hubiera estado sin hacer saber de su presencia en la milonga? se preguntó Tomás. Así que en la primera noche en que tuvo a mano a un veterano del lugar le tiró la misma pregunta. Cosa de saberlo nomás.

El veterano le contó que hasta hace tres o cuatro años, no más que eso, ¿hasta la llegada de las pequeñas camaritas de fotos o filmación y la aparición del féisbuk tal vez?, hasta antes de eso, una filmación o una serie de fotografías era precedida, inexorablemente, por este aviso del organizador a través del micrófono: “atención: para información de los concurrentes, durante la próxima media hora, esta milonga va a ser filmada –o fotografiada- para un medio nacional o internacional”, eso quedaba para la transparencia, para lo posta, de la milonga.

Para los milongueros: quienes simplemente no gustaban ser registrados por las cámaras, dejaban de bailar o salían a la puerta del local hasta que los equipos de filmación finalizaban; en cambio, para los conocidos entre los bailarines como los “trampas”, hombres y mujeres que se escapaban, se piantaban a bailar tango, ellos se tomaban olímpicamente el buque del lugar hasta otro día.

Si los milongueros habrán visto estampidas de “trampas” en las matiné y aún en las milongas de noche, cuando alguien o algo con amenaza de escrachamiento asomaba la nariz en los recintos de baile.

Hasta ahí lo que le contó el veterano. Pero Tomás es testigo de que las cosas cambian. Los tangos milongueros son los del ´30, ´40 o ´50, pero el escrache sin preguntar, sin avisar, sin advertir, se convirtió en algo que no mueve el amperímetro en la milonga.

Bailarinas y hasta bailarines franelean las minicamaritas a gusto, cazando a todos los presentes a diestra y siniestra, sin que nadie chiste. Y hasta cualquier nuevito o nuevita que se zambulle en las pistas del corte, la quebrada, el ocho atrás y las volcadas, se apersona con una maquinita o celular y entra a retratar a tuttiquanti para sacar patente de papparazzi del dos por cuatro bailado.

Tomás, sonríe, no hace más que imaginar la estampida de los “trampas” de otros tiempos… pero las cosas cambian, ¿Para mejor? ¿Para peor? Sólo acompañan los tiempos, acá también, en la milonga. Todo se ve y se sabe más rápido.

Eso sí, remata Tomás, el féisbuk, agradecido. Internet, agradecida.