Hacía mucho que no se encontraban y Tomás se alegró mucho al verlo. Apenas pisó una milonga, fue ese hombre, Andrés, el primero que intentó enseñarle algo: “pibe, aprendé a escuchar el contrabajo; para bailar bien el tango tenés que pisar cuando suena el contrabajo, sabés”, le tiró. Tomás, como todo principiante, estaba superado al tratar de acertar con lo que aprendía en las clases como para escuchar al contrabajo… Como a todos, le pasarían años hasta que al bailar un tango, pudiera enfocar la atención en la marca del contrabajo.

Se abrazaron fuerte en el encuentro en la milonga. Palabras gratas de saludo y después Andrés le presentó a la mujer sentada a su mesa, casi seguramente su pareja según los cerrados códigos milongueros que eso indican cuando hombre y mujer comparten una mesa.  Tomás no la conocía; aparentaba su edad, cincuentona larga, algo rellenita, pulposa, poca pinta de milonguera. La saludó y los dejó solos. Para eso habían venido.

La milonga siguió y la música de Troilo instrumental alcanzó hasta los rincones más escondidos del salón. Tomás, sentado en una mesa pegada a la pista lo divisa a Andrés bailando con la mujer.

Creyó haber visto mal... Ahora, aunque semitapado por las otras parejas moviéndose en la pista, lo confirmó. La mujer que bailaba con Andrés, tenía el vestido… demasiado corto… Es que al alzar sus brazos para el abrazo tanguero, la prenda toda subía un par de centímetros, tal vez menos que eso…

Pero suficiente para que se viera… Si, para que se viera el blanco de la bombacha… “Mal”, fue la palabra que se tragó Tomás. Por ese más que detalle, la figura de la pareja aparecía ridícula, de otro ambiente. Capaz de desatar los comentarios y sonrisas sarcásticas de quienes veían lo mismo que él. Mal… para los dos. Para Andrés sobre todo, su amigo y consejero de baile, un hombre de la milonga.

A Tomás se le vino a la cabeza que su deber de amigo era decirle a Andrés lo que estaba pasando y ahorrarle papelón. Al rato, al pensarlo más… dudó. ¿Y si su amigo lo tomaba a mal, si lo hería, si Andrés lo despachaba con un “a mí me gusta así y qué” o un “a vos que te importa” o algo parecido?

La duda lo consumió. No encontraba la respuesta más allá de los dos extremos: meterse en la intimidad de su amigo buscando evitarle más papelones, o callar piadosamente…

Y aunque nada que ver con lo que pasaba, a Tomás se le clavó en la sesera ese verso que chamuya el tango “Sangre maleva”: “el varón para ser hombre, no debe ser batidor”. Tomás, se mordió la lengua y no dijo nada al amigo. En cambio, trató de no detener la vista en toda la noche en Andrés y su pareja.