Imperdible relato de mi amigo Julio Dupláa. Sus imágenes del recuerdo le van a poner la piel de gallina a los veteranos. A los chochamus y piberío, les trae el cómo se vivía pertrecharse para una noche de baile. Una previa como se dice ahora, pero tan distinta como artesanal en sus formas y que empezaba cuando el sol se escondía hasta que el espejo, antes de las diez de la noche, le daba el "sí, varón estás listo" al milonguero. Aquí va:

¡Ya está! Me lustré los tarros al "espejo" (algodón húmedo, tarrito con agua, pomada y a acariciar el cuero lentamente haciendo circulo). Me afeité, me regalé unos
 masajes con crema de primera en la carucha y, para las manos, cosa que queden suaves como de empleado bancario..., mezclé un poquito aceite, azúcar y limón... 

Mi vieja me dejó la camisa planchada sobre la cama y yo le di al pantalón con papel de diario húmedo: la raya, quedó como cortando. Entré el saco del patio donde lo puse a ventilar -gris a rayas negritas orgullo de milonguero- y lo cepillé; corbata azul oscura con florcitas chiquitas y pañuelo blanco, adornando el corazón…  

Le doy un “chau” a la vieja y ella me devuelve un “llevate los documentos y el pañuelo y… ¡volvé temprano!”. De pasada me llego al café a calentar el garguero con una ginebra, para después rumbear a la milonga. A lo mejor está noche se me dé. (Un sábado cualquiera de 1954).

Julio Dupláa, apenas un milonguero.