Gerardo Portalea perteneció a la raza de bailarines que calzan nombre y apellido en la milonga como Carlos “Petróleo” Estévez, “Lampazo”, el “negro Lavandina”, Ernesto "Puppy" Castello y “Teté” Rusconi, entre otros muchos que compartieron en su tiempo una característica excluyente: decirle “no” a la profesionalización.

 

“No me quise dedicar porque a uno le quieren cambiar su personalidad y el milonguero baila cuando lo siente; no ve más a nadie que a la mujer que lo acompaña. Bailo sin practicar, no me inspiro en coreografías, lo bailo de acuerdo con lo que siento ahí con la música.

El profesional tiene que bailar para el público, es distinto. El milonguero por ahí está toda la noche sentado y le gustó un tango que lo emocionó y sale a bailar y alguna vez Enrique Cadícamo me lo destacó: ´usted es el verdadero bailarín porque baila para usted´dijo. El enorme Cadícamo no sólo le habló, sino que escribió el tango “Villa Urquiza, que entre otros versos chamuya "academia del gotán con Gerardo Portalea que en el tango se florea dando cátedra al bailar".

Para Portalea “el tango perdió porque fue otro berretín cuando se profesionalizó. Antes se bailaba porque se sentía. Eran pocos los profesionales y empezaron Virulazo, Mayoral, Copes…  Después llegó el notición de afuera, con “Tango Argentino”, y entonces los pibes querían bailar y aprender pero no porque lo sentían, sino para tener trabajo y conocer otros lugares, era otro berretín”.

Portalea, del barrio de Villa Urquiza, se inició en los ´40 en ese emblema de la milonga que es el club “Sin Rumbo" y en un reportaje en “La Nación” sentenció que "el baile tiene que tener cuatro cosas: personalidad, elegancia, compás y la figura final (un paso que no lo haga nadie), aunque se apuró en precisar que: “mejor bailarín no hay; en mis tiempos uno miraba lo que hacía el otro. Eso que la mujer enroscara la pierna al hombre ¡nooo, eso no!, si la mujer hacía eso en otro tiempo el marido venía y le metía un tajo" advirtió en el reportaje.

Contó que "en casa bailábamos con las primas o las tías, no tuve maestros, aprendí mirando y debuté a los 16 años con traje y todo bailando en el club Amanecer, en Núñez y Sado. Con los dieciocho cumplidos el paso previo a los bailes del centro fue Palermo. “Ahí estaban los peringundines que nos gustaban a nosotros: La Enramada, El Bonpland... ”.

Como nunca vivió del baile, trabajó cuidando tumbas en el cementerio de San Martín: "hasta japoneses vinieron a filmarme al cementerio…”. Rescató su participación en más de veinte películas y programas televisivos “pero el recuerdo más lindo es una foto a los veintisiete años, bailando con mi mujer. Ahí está mi pinta, bien parado y con los ojos entornados para abajo, pero no mirando al suelo, que es otra cosa... Esa foto la colgaban en el “Sin Rumbo” y era un orgullo, es como que uno ha dejado algo y no ha pasado en vano” concluyó. Otro nombre que hizo el tango-danza: Gerardo Portalea, milonguero no profesional.