“Pibe, si no sabés bailar vas al diome, los costados son para los buenos” Es ley de la milonga. Un escalafón. Un rango entre los milongueros. El que está aprendiendo, y el que no sabe, a hacerse en el centro de la pista, los costados son para los buenos.  

 

Así de simple y así de categórico, aunque lo categórico se vaya flexibilizando en la milonga por imperio de la tolerancia debida a los turistas tangueros. De paso, los que saben poco, agradecidos: “si el gringo –que no maneja la pista- baila al costado, yo aprovecho y me meto” calcula el pata lerda.

 

Esta premisa del baile del tango, “correte pibe, cazá el diome’; si no sabés bailar, vas adentro, los costados son para los buenos” la recordó, con esas palabras nada menos que un número uno del baile de tango: Miguel Ángel Zotto.

 

Y lo hizo como relatando una anécdota de su juventud tratando de desentrañar los secretos del baile de tango. Dijo, y los milongueros de ley lo han experimentado: “necesitabas cierto aprendizaje para salir a la pista; si no te decían ‘correte pibe, cazá el diome’. Si no sabés bailar, vas al medio. Los costados son para los buenos”.

 

Y el gran bailarín, que ayer terminó su temporada “Puro Tango” en la calle Corrientes y ahora sale en gira europea por Italia y el Líbano, le definió a “Clarín”: “El bailarín de milonga es como el jugador de potrero. Son los mejores; son los genes” sentenció. Para Zotto, los jóvenes o los extranjeros que aprenden en academias nunca logran la naturalidad de los milongueros grandes hechos en la pista.

  

Pero volviendo a su convicción la estirpe del bailarín tanguero argentino, Zotto la volvió a reivindicar al traducirla en un paso de baile de su creación al que bautizó “la Rojitas” rescatando, como hincha de Boca al fin, a Ángel Clemente Rojas, aquél de la cintura de goma: “amagás para un lado y sacás para el otro” define Zotto como la característica de la figura.

 

Hoy, que es uno de los mejores bailarines profesionales de tango del mundo, sigue concurriendo a esos templos del baile de tango: "en las milongas siempre alguien te tira una soga. Los tangueros somos como una secta”. Va a “Sunderland” y a “Niño Bien”, aunque sólo baila con Daiana Guspero, su compañera de baile y de la vida. “Nos dimos cuenta de que estábamos enamorados después de meses de bailar y discutir bailando” confesó Miguel Ángel.

 

Luego busca desmitificar una premisa, la del machismo en el tango: “de qué machismo me hablan? Los hombres hacemos lo que las mujeres quieren. Ellas deciden cuándo se les antoja estar con vos. Y hay que aprender a esperar” concedió.Y complementa su dicho asegurando que “nunca usé el personaje para conquistar a una chica o llevarla a la cama; me parece una bajeza”.

 

Miguel Ángel Zotto, cuando empezó a bailar en 1979, entraba a Cánning, el Savoy o el Regina. “Te encontrabas con todos los grandes que ya habían dejado el baile: Finito, Miguel y Nelly, Antonio Todaro, Petróleo. Con Rodolfo Dinzel conocí las bases. Y con ellos aprendí la historia y cómo inventaron cada paso” recordó.

 

Ilustró luego que “para ver bailar iba a los cabarés, que en los ´80 eran lugar de tango. Yo hacía esa vida de madrugada, en la que te cruzabas con el Polaco Goyeneche o Hugo del Carril. Al otro día a laburar. Pintaba y empapelaba paredes. En el tango tenés que hacer otra cosa para vivir hasta ser reconocido”.

 

En 1984, Zotto debutó en Michelángelo con Jazmines, junto a Ana María Stekelman. Después integró el elenco de Tango Argentino y, en 1988, creó la compañía Tango X 2, con Milena Plebs.

 

 “Cuando estoy afuera extraño la amistad y la improvisación –dice–. Afuera no podés caerle en la casa a un tipo, como acá, que te llaman cinco minutos antes para invitarte a cenar. Somos desestructurados y ese es uno de los atractivos del tango. Podés conocer a otra persona y relacionarte a través de la danza. Y en todo el mundo, los tangueros somos como una secta” remató.