Si los dirigentes de la Argentina pusieran su atención en el tango alguna vez, lo prohibirían.
Por revolucionario. Esta cancionística le juega en contra a la idea de país que tienen desde hace un puñado de décadas, basada en el "todo es igual, nada es mejor" cambalachesco y el igualar para abajo.
Es un género que no promueve el facilismo ni el conformismo, premia y sanciona; macera el sentido de pertenencia a lo argentino, acostumbra a su gente a respetar las leyes y códigos, desdeña el control remoto, aquieta las compulsiones, hace bien al corazón, quita grasas al cuerpo e induce a apreciar lo bello. Una revolución para esta época.
El tango no es fácil: para componer y tocarlo hay que saber música; escribir sus letras es parirlas después de haber aprendido versificación y para saber bailarlo hay que ir a la academia.
Tampoco la va con el conformismo típíco del país de hoy: música, letra y baile tangueros se desvelan por ir a más. Por ser mejor: no mejor que otro, por ser mejor que ellos mismos. Cada vez más mejor, que aunque esté mal dicho, pinta de inmejorable forma la estirpe genuina del tango -estudiar a Canaro, Troilo, D´arienzo, Pugliese y Piazzola, por ejemplo-.
Va a más y a cada vez más mejor propiciando el sentido de pertenencia a lo argentino: el inglés no logró colonizar al género, como sí lo hizo con casi toda la cultura. Por otro lado, el francés adora y admira al tango sinónimo de Argentina, como en casi todos los países. Y elevó muy recientemente al país a la cúspide cultural del mundo cuando la UNESCO lo declaró "Patrimonio Inmaterial de la Humanidad".
Contra lo que se pueda imaginar el gotán, al revés de los que mandan en la Argentina, acostumbra a su gente a ajustarse a las leyes: de la métrica y rimas al letrista; de la melodía para la composición musical; del respeto al espacio del otro en la pista de baile.
Por el respeto a estas leyes no escritas y por la búsqueda de lo bello el tango, también al vesre de lo que se plantea a la gente, premia y sanciona: premia con el reconocimiento de los demás y desdeña al vago, lerdo o conformista: no escribirán, no harán música ni bailarán con los buenos. O tendrán que poner empeño.
No hay lugar para el control remoto en el tango: el sampler –máquina que usan ingenieros para hacer música- no sirve en esta forma cancionística y el baile desconoce los botones o teclas: es pura inventiva e improvisación. Nadie aplaude lo fácil en este género.
Por lo demás, el tango le hace bien al corazón. Exalta la emoción de la vida y quema las grasas del cuerpo al bailarlo, lo que se afirma médicamente.
Finalmente, el tango induce a apreciar lo bello: reclama poesía, melodía en la música y destreza y prestancia en el baile.
Al vesre de lo que ha sido prioritario de inculcar al pueblo por los gobiernos de más de medio siglo: casi nada queda de la cultura del esfuerzo sarmientina. Se optó por aceptar la colonización de lo fácil, el “todo es igual nada es mejor” de “Cambalache” y el desprecio por las leyes. Casi nada.
Sí, el gotán juega en contra de la idea de país que promueven los de arriba desde hace un puñado de décadas.Y un aislado empeño del secretario de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi, no alcanza para cambiar estas cosas.
Sí, si alguna vez la dirigencia del país pusiera su atención en el tango, lo prohibiría por revolucionario.