Excelente y muy entretenida nota de recordación de los cien años del nacimiento de Edmundo Rivero que se cumplen hoy y que, en "Clarín", elaboró Hernán Firpo. Para ser rescatada. Aquí lo hace "Tomás Buenos Aires" para deleite de todos.
"La costumbre es más fuerte que el amor. Pero de entrada era como el Joven manos de tijeras. Un recuerdo de esas garras, por favor. Un zoom. No eran manos humanas, y mucho menos de guitarrista. Quizá sí manos para aplastar fititos o para jugar al ring raje. Pero de esas manos, de esos dedos, no era posible que saliera un do mayor.
Rivero tenía elefantiasis. Eso decían. En el Viejo Almacén los músicos se cuidaban de las cargadas, guarda que te raja, y Rivero, que hubiera podido recitarte las jodas de memoria, se la bancaba. Ni pío. Y macana que te iba a rajar, si siempre fue un tipazo. Desde chiquito, desde que le pedía a su mamá un trencito para jugar y la vieja le decía bueno, y lo llevaba a la estación Retiro.
A fines de los ‘40, cuando ya era una de las voces mayores del tango y los amigotes se enteraron de que iba a tener una participación en la película El cielo en las manos, hicieron jua y se atragantaron de la risa.
Leonel Edmudo Rivero -Valentín Alsina, 8 de junio de 1911- hoy estaría cumpliendo 100 años, pero sigamos con la historia. En 1944, un sordo de la RCA Victor lo escuchó y decidió que ese hombretón, futuro cantor criollo, no estaba para grabar. “ Usted tiene algo en la garganta. Hágase ver”.
Si en los ’20 aparecen las orquestas típicas y los ‘30 son para Discépolo, los ‘40 fueron una época de brillo para el tango. Empezaba el Glostora Tango Club con cantidad de voces engoladas y Rivero y su voz grave, pastosa, no encajaban ni con calzador. Encima, poco agraciado al punto de que en el ambiente se lo conocía como El Feo . “Sé que la napie siempre me anduvo delante de los pies”, solía decir.
Sus papás, Aníbal y Anselma - la de la broma de los trencitos -, le habían llenado las orejas de música, primero templándolo en casa y luego mandándolo a estudiar canto y guitarra al Conservatorio. No era ningún improvisado el Zorzal Jetón. En 1944, Horacio Salgán no era Horacio Salgán así que ni él pudo lograr, en tres años, que quedaran registros grabados de la voz grave de su inusual cantor.
La consagración definitiva le llegó cuando lo convoca Troilo en reemplazo de Alberto Marino. Y fue con Sur que hizo cumbre una y otra vez. Ya se empezaba a forjar la figura del ídolo popular. Con Pichuco también estuvo tres años y esta vez dejó alrededor de una veintena de grabaciones.
Gracias Hernán. Por nuestra parte podemos agregar un dato que nos pasó hace unos años "Muny" Rivero, el hijo del cantor, en alguna de las conversaciones con este escriba: en una presentación de Horacio Salgán con su orquesta en la entonces -mediados de los ´40- poderosa radio "El Mundo", el director artístico de la radio le dice a Horacio que ese cantor -de un insólito registro grave desacostumbrado en el tango- no era para ser presentado por la radio. Salgán volvió a la orquesta y ordenó: "nos vamos muchachos, no dejan cantar a Rivero". Y la orquesta se fue... Tiempos de lealtades.