¿El último dandy? Explica: “Hace 33 años que vivo en el Hotel Alvear de Buenos Aires. ¿Si soy el último cajetilla? No sé, ojalá que no (risas). En 1976 andaba buscando un lugar donde vivir, vivía en departamentos prestados… y un día tuve la oportunidad y compré. De tanto estar ahí, casi soy de la casa. Conozco al personal, a los dueños. Hoy, de todo el hotel, somos 7 u 8 los que somos propietarios. Esto ha contribuido a que yo tenga cierta imagen de ‘dandy’, ya lo sé. Acaso sea porque vivo ahí, o porque uso siempre una flor en el ojal y moñito (Piazzolla, una vez en Londres, me dijo en una galería: ‘comprate eso y lo vas a usar toda la vida’. Y así fue). Me gusta vivir así.
81 pirulos cumplidos el 2 de junio. Es de ese día de 1933, en Uruguay. De mamá argentina, porteña, Ezcurra, sobrina bisnieta de Juan Manuel de Rosas. Dijo Ferrer al cumplir ochenta años que más que cumplir ocho décadas, cumplió cuatro veces veinte, como una marca y señalización, de cada una de las etapas de una vida.
Habla de Lulú –su esposa- , “de quien soy el hombre y a quien no defino como mi mujer porque no la compré en ninguna subasta. Es la mujer con la que comparto la vida desde hace 32 años cuando la conocí en el bar La Poesía, de Bolívar y Chile. Llevamos una vida maravillosa”, destaca.
Es el letrista más importante de esta época de la música ciudadana y un primera línea de la historia del tango. Insustituible socio de Astor Piazzolla, vive para y por el tango. Tanto, que la Academia Nacional del Tango, fue su idea y otro de sus logros.
Ferrer encuentra su momento de cambio tras la aparición del libro “Romancero canyengue” –en 1964- Piazzolla me fue a buscar y dijo: ‘Si no venís a trabajar conmigo sos un imbécil’. Y me vine.
El Romancero Canyengue concentra versos inéditamente recargados de lunfardo recontra orillero que demanda poner todas las neuronas al servicio de interpretar al autor, pero que da gusto leer hasta por la intriga de ver cómo Ferrer juega con las palabras malevas.
Recuerda: “Con el aval de Astor, de Troilo y del gran poeta Cátulo Castillo renuncié a mi bien pago puesto de secretario de la Universidad de Montevideo y al diario El País. El rector me dijo que estaba loco. Decidí quedarme sin trabajo. Dije, sin embargo, ‘qué suerte que tengo, no tengo plata… pero tengo tiempo. Voy a hacer un poema por día’.
Ferrer se instaló en el departamento de Piazzola para convertirse en un autor teatral: escribió María de Buenos Aires, Piazzolla me dijo: ‘escribime un libreto, como West Side Story (Amor sin barreras), pero bien de acá. Un musical bien porteño, y yo después le pongo música’.”
Poeta de Buenos Aires define a su modo a sus habitantes: “los porteños —afirma Ferrer— son fenicios de día y griegos de noche. Buenos Aires surge de dos fundaciones geminianas y no hay dudas que es así. Tiene personalidad doble. Un ejemplo: la avenida Rivadavia, la divide en dos ciudades bien diferentes. Esa contradicción lleva a que el tipo que te pisó la cabeza al mediodía por un cheque, con ese mismo cheque bien tarde, te invite a comer un bife.”
A Montevideo, la siente “una ciudad preciosa de espectadores que ven pasar la vida. Buenos Aires es la ciudad de ‘me tiro un lance’; Montevideo la de ‘no te metas’. ”Buenos Aires y Montevideo son para mí una misma París con un Sena un poco más ancho. Buenos Aires es la protagonista del tango y Montevideo, espectador del tango. La locura porteña es la maravilla y el secreto del tango.”