Tomás, el Buenos Aires, pasó apurado por el 2135 de la calle que, tomando su nombre, recuerda a Jorge Luis Borges porque allí entre Guatemala y Paraguay, nació en 1899 el escritor cuando entonces esa lleca se llamaba Serrano.
Y se le ocurrió comentar a la muchachada que este genio y figura emblema de la Argentina, sostuvo con la música que a su vez identifica al país, el tango que hasta sorprendentemente bailó, una visión dual y sinuosa difícil de definir.
Seducido por el coraje que encarnaron los cuchilleros del arrabal sublimó a los guapos de principio del siglo anterior y su ambiente prostibulario que principiaron el 2x4, de la misma forma que detestó a Carlos Gardel porque “su sonrisa se parece a la de Perón”.
Borges autor del poema “Tango” y de las hermosas milongas “Para seis cuerdas” consideró a la danza del tango como un baile de promiscuidad y vicio, aunque en otra de sus dualidades aprendió a bailarlo casi seguramente con la “complicidad” –según su idea del origen del género- de Ricardo Güiraldes, sostiene en una de sus biografías la escritora María Esther Vázquez.
En "El hombre de la esquina rosada" el escritor se mete con conocimiento sorprendente en las filigranas del tango canyengue al contar que "me tocó una compañera muy seguidora, que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar".
Ya en lo musical del género, un Borges caprichoso y siempre polémico desconoció las trayectorias de Julio De Caro, Armando Discépolo, Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese y, nada menos que a Enrique Cadícamo y Homero Manzi. Explica esta impensable negación el notable Horacio Salas en su libro “Lecturas de la memoria”. Ahí se precisa que al autor de El Aleph "le disgustaban los tangos con letra de los años '20 y '30. El llanto por la mina perdida le parecía vergonzoso para los primeros guapos que no lloraban sus desdichas en público. En cambio le gustaban los temas "picaditos de la guardia vieja, el tango primitivo alegre y compadrito" y sin canto decía.
Y coincide en esto su sobrino, Miguel de Torre Borges, que en su libro "Apuntes de familia" a su vez puntualiza que el escritor buscaba los tangos de Eduardo Arolas y Vicente Grecco, y "oía en éxtasis", "El caburé", "El entrerriano" y "Hotel Victoria", mientras al deleitarse con el título “El apache argentino” Borges precisa que “uno siente la felicidad del coraje".
En otra de las sinuosidades del Borges frente al tango, dijo sobre Gardel “que lo detestaba porque tenía la misma sonrisa de Perón", aunque su sobrino aseguró que gustaba de escuchar en la voz del Zorzal "Mano a Mano", “Fume compadre” y "Milonga sentimental".
A modo de conclusiones inconclusas, por la primera de ellas Jorge Luis Borges califica al tango como una música de “raíz infame” que no fue realmente popular, sino traída del suburbio por los niños bien, los cafishios y las prostitutas salidos de los ambientes donde era reina "la ciega religión del coraje".
En la segunda conclusión, en cambio, Borges "fue el primero en sostener en los años '20 desde las páginas de la revista 'Martín Fierro' que 'el tango es la realización argentina más divulgada, la que con insolencia ha prodigado el nombre argentino sobre el haz de la tierra”, rescató Horacio Salas.
(Foto: Jorge Luis Borges a los 21 años)