La orquesta de Alfredo Gobbi pasó a la historia –y es una opinión- como la que más entregó musicalmente, cuando era ley no perder el ritmo que mueve a los bailarines y daba de comer a toda la movida tanguera de la época.
Cuando el baile manda, flexibilizar el ritmo para embellecer la melodía y armonía es un desafío constante para un director de orquesta. Muchos enfrentaron ese desafío en el tango pero ninguno como Gobbi.
Con sus músicos ofreció musicalmente todo lo que podía pedir el género para elevarse artísticamente. Pero a pesar de ese pulimento obsesivo para lo musical, este director entregó excelente música para los bailarines en una mistura que no fue dada por otras formaciones.
Gobbi, que también tocaba el piano, dio como para que otros grandes directores de orquesta típica pudieran decir que aprendieron de este violinista, creador de una forma de tocar cuya preciosura es muy difícil de alcanzar.
Sin ser un virtuoso y a pesar del sonido “ronco” que identificó a su orquesta -podría decirse así-, el ambiente calificado del tango reconoció su estatura musical de la que quedó en el disco apenas ochenta y dos grabaciones con veintidós instrumentales de academia incluidos.
Astor Piazzolla, durísimo, hosco, para elogiar a otros dijo de Gobbi –a quien visitó con frecuencia cuando ambos vivían en el Once- que fue un “hombre muy humilde y el padre de todos los que hacen música en el tango”. Horacio Salgán consideró que “fue un creador de creadores que siempre me asombra, en cada tema encuentro una flor” musical, mientras Emilio Balcarce, integrante de la orquesta opinó que “esa formación siempre buscó mejorar su expresión” artística. Ignacio Varchausky, uno de los actuales maestros del tango, sentencia que “nadie más toca así, con esa belleza”.
Grandes nombres para calificar grandemente un estilo interpretativo de la música emblema de la ciudad, que no mezquinó esfuerzos para sorprender con cada creación y elevar la jerarquía musical del género.
Como seguramente ya se pudo advertir fue un obsesivo en la conducción de sus músicos. Contó Osvaldo Piro que, no obstante su cartel de director de la orquesta, Gobbi no dudaba en tirarse al piso para manipular los pies de su pianista y marcarle el momento y duración en el uso de los pedales del instrumento. Leopoldo Federico, nada menos, no se ponía colorado al reconocer que salió llorando de la prueba que le tomó Gobbi: no alcanzaba a conformarlo en sus exigencias. Pero consciente de la valía de Federico y de las destrezas que exigía a sus músicos, Gobbi después lo llamó para pedirle que volviera a la práctica en su fila de bandoneones.
Sus marcatos, copan la atención de los entendidos. A veces con extensiones mínimas de dos y hasta de un compás para después cambiar, encierran secretos en un juego dinámico con las síncopas y los arrastres que, ya se dijo, son de academia. Los bordoneos de piano y el acallar los bandoneones de golpe son para el deleite de los oídos finos. “Jueves”, “Si sos brujo”, “Rácing Club”, “La Catrera” y “No la traigas” van como ejemplo de un estilo que no se fijó en gasto de esfuerzo para embellecer su expresión.
Habitué del café “California” en la esquina de esa calle y la avenida Montes de Oca en pleno Barracas, desde alguna de sus mesas Gobbi escuchaba tocar a su orquesta en horario central de radio “El Mundo” cuando su bohemia le reclamaba no presentarse en el estudio radial. Esa misma bohemia y la noche le cobraron su precio y se fue temprano. El tango lo siguió necesitando.
El arte musical también tiene pliegues. Alguno de ellos escondió parcialmente, también lamentablemente, a Alfredo Gobbi un todo terreno del tango. Sólo por eso no escaló a la marquesina de las orquestas más escuchadas.