La pinta fue su identidad, la sonrisa, su emblema, la voz, su tesoro: todo lo demás se desapercibía con esas cartas de presentación de Carlos Gardel, el seductor y carismático varón cuyo nombre es sinónimo de tango argentino.
Ni su origen, su físico, sus obsesiones, sus miedos, sus secretos trascendieron diluidos por esos tres atributos que agigantaron la fama del legendario cantor.
Tremenda pinta no se condecía con el miedo, por ejemplo, y en cambio cerraba perfecto con el apodo de “el cónsul” con el que los argentinos lo conocían en Francia… Postamente era “el cónsul” para aquellos anclados en París por falta de moneda, que lo mangueaban tupido para volver a Buenos Aires. La estampa de estos argentinos y sus estrecheces que fueron a hacerse “la franchuta” a través de la música o el chamuyo, la retrata inmejorablemente el tango del enorme Enrique Cadícamo titulado precisamente “Anclao en París”.
Allá y acá fue proverbial la generosidad del “zorzal criollo” que se brindaba francamente al que pedía y al vivillo –conocía las dos especies-; la misma generosidad que se pasaba de vueltas al apostar a los burros en Palermo verdaderas fortunas. Como para no fogonear más simpatías, intrigas y admiraciones… Pero la pinta no iba con los miedos del ídolo.
Ella tapaba entre otras cosas el pánico que el cantor tenía a los aviones. Se contaba en su círculo cercano que prefería recorrer más de mil kilómetros en auto para actuar, antes que llegar por aire. El rechazo le cobró caro esa actitud: Carlos Gardel murió por no tener cómo eludir el fatídico vuelo de cuatrocientos kilómetros entre Medellín y Cali, que acalló su voz a los 45 años.
Otra mochila del ídolo fue su físico: increíblemente Gardel medía sólo un metro sesenta. Aunque era morrudo, de espalda ancha que ayudaba a disimular, a lo que se sumaban otros recursos que lo elevaban en un producido con zapatos de taco más que francés, el sombrero y, en las filmaciones, sus tomas en lo posible siempre de abajo. En 1917, antes de la fama, es extra en la película “Flor de Durazno” con ciento veinte kilos y el metro sesenta. No importó a los productores de la película su desajuste físico, Gardel sabía andar bien a caballo…
La gordura haría que “el morocho del Abasto” dejara de buscar lugar en el cine durante años, hasta que el exceso de grasa se replegó a fuerza de trote y gimnasia. Cuidando los ochenta kilos que transpiró, llegó a filmar nueve películas que no es poco para un cantor: la primera en Buenos Aires y, luego para la Paramount, cuatro en Francia y otras cuatro en los Estados Unidos. También dos sketchs en el musical “Cazadores de Estrellas”, con artistas de la estatura de Glenn Miller y Bing Crosby.
En 1917 traspasó el umbral artístico que lo proyectaría a la leyenda y le posibilitaría vender en esa época ciento diez mil discos solamente en Francia: deja los temas camperos y elige cantar su primer tango en el Teatro Empire de Buenos Aires, al estrenar "Mi noche triste"- originalmente “Lita”- de Samuel Castriota y Pascual Contursi.
El 7 de noviembre de 1933 se despidió de Buenos Aires para viajar en gira a Europa, Estados Unidos y Sudamérica. Volvió en un ataúd endiosado por los porteños, tras el accidente en Medellín el 24 de junio de 1935.
Su última grabación aquí fue el día anterior a comenzar esa gira: lleva al disco "Madame Ivonne" de Eduardo Pereyra y Enrique Cadícamo, el poeta más grabado por Gardel. Dicen los que dicen saber que su última actuación en vivo en Buenos Aires la realizó en el desaparecido Cine-teatro “Río de la Plata”, de avenida San Martín y Gaona, barrio de Caballito.
En este retrato poco conocido del “morocho del Abasto” vale reafirmar sus pertenencias: a Francia porque están los papeles de su nacimiento inscripto en el registro civil de Toulouse el 11 de diciembre de 1890, con el nombre de Charles Romuald Gardés. A la ciudadanía argentina que adoptó y a Buenos Aires donde llega a los dos años y medio alzado por su madre Berta –Berthe- Gardés, a la que su familia ordenó “irse lejos” por lo que no se perdonaba en la época, haber gestado a su hijo siendo soltera.
Se cuenta que su primer domicilio fue una pieza en la calle Paraná al 200, desde donde madre e hijo se mudan a su barrio de siempre, el Abasto. Allí, Berta sufriría con las malas juntas y las noches sin volver a casa de Carlitos antes y después de empezar a cantar en el café “O´Rondemann” de Humahuaca y Agüero, también en el Abasto y la fonda “El Pelado” del Once. Una casualidad une dos extremos de la vida del artista: Berta tuvo a Carlos en Toulouse y allí, de visita, recibió la noticia de su muerte.
Se habló de las intrigas que provocó el ídolo, entre ellas las propias como dificultar el rastreo de su edad festejando su cumpleaños cada año en distintas fechas. Y las que sumaron los misterios que lo trascendieron sin que fueran esclarecidos: las dudas sobre su sexualidad, una juventud sospechada de rozar los delitos menores, el incidente que terminó con una bala en su pulmón nunca extraída y los choques informativos sobre la causa de la caída del avión que terminaría con su vida.
Estas intrigas, misterios y dudas, sin embargo, no limaron su fama: es que las diluyó esa pinta, esa sonrisa y esa voz que lo convirtieron en leyenda.
(Foto): cine-teatro "Río de la Plata" de avenida San Martín y Gaona en el barrio de Caballito, donde Gardel habría cantado por última vez en vivo.