El contrabajo es uno de los instrumentos que marca el compás –o ritmo, de las agrupaciones musicales. Grande y gordo, “el ropero” –como lo llaman- en las orquestas típicas es una raza solitaria siempre ubicado atrás. El más humilde de todos los instrumentos.
Insólitamente, la historia registra la curiosidad de que una de las orquestas más famosas y taquilleras de los años del apogeo del tango formó, durante un tiempo, con dos contrabajos.
Así lo relatan entre otros Oscar del Priore e Irene Amuchástegui en su libro de anécdotas “A mí se me hace cuento; historias ocultas del tango” y los dos estudiosos de la música ciudadana cuentan que “tan raro como un hombre con dos corazones”, la orquesta del violinista Juan D´Arienzo subía al escenario en 1938 con dos contrabajos. Esa orquesta comenzó a tallar en los escenarios porteños a partir de 1935 y con la milonga “La Puñalada” se consolidó como la preferida de los bailarines de tango.
Cuando los contratos comenzaron a llover convocando a D´Arienzo y sus músicos a los escenarios camba de Buenos Aires, los directores artísticos y otros allegados le susurraban que el contrabajista, Rodolfo Duclós, no estaba a la altura del resto de la orquesta.
Siempre según el relato de Del Priore y Amuchástegui, “Duclós, un modesto ejecutante, tenía fama y pinta de guapo; fiero, la boca como un tajo, los ojos pardos y la mirada alerta. Llevaba cuchillo” y sus antecedentes no sólo lo ponían tocando en los bares y boliches de la capital y la provincia de Buenos Aires frecuentados por el malevaje, sino también como preso.
La indicación de los amigos se repetía cada vez con mayor frecuencia, “hay que cambiar al ´ropero´ por el bien de la orquesta” le decían. Pero el maestro se negaba a atenderlas: “desde el principio estuvo con nosotros” alegaba en defensa de Duclós. Finalmente D´Arienzo escuchó los consejos y llamó a Duclós para decirle que no iba pertenecer más a la orquesta. “Así que cuando la orquesta no interesaba yo servía y ahora que nos llaman de todos lados no sirvo más”, le respondió Duclós juntado bronca.
Como a pesar de los argumentos el director no cambiaba su postura, Duclós explotó: sacó el cuchillo que formaba parte de su vestimenta y lo agitó amenazante frente a su empalidecido director. “Yo me quedo, de la orquesta no me saca nadie” le advirtió. Tiempos bravos los del tango, aún para los capos de orquesta…
D´Arienzo, flaco, esmirriado, y no acostumbrado a estas bravatas transigió en estos términos según los autores del libro citado: “bueno… Duclós, no se ponga así ; esteee… yo le voy a buscar alguna solución a esto” dijo el maestro para zafar rápido del brete en el que se había metido.
La “solución” fue incorporar un buen contrabajista y… dejar a Duclós en la orquesta que a partir de ese momento comenzó a presentarse extrañamente con dos “roperos”. Duclós se bancó la novedad por algún tiempo, sin que se supiera cómo el malevo del contrabajo dejó finalmente la formación tanguera en pleno éxito.
Cuando le preguntaban a D´arienzo sobre lo que parecía un disparate musical, él zafaba así: “por algo soy el rey del compás; ¡el único que marca el compás con dos contrabajos!”. Y punto.
-Foto: una imagen que rescata a la formación de la orquesta con dos contrabajos-