Presencia y voz que hubiera hecho bajar el pulgar a cualquier empresario del género. Un revés del guapo del arrabal, un minga a la tradicional imagen del macho del tango.
Con un decir de secretos que convocaba a la intimidad, a la escucha, y con graves impedimentos para caminar fue el cantor de los tangos humildes, de poco nombre, tangos con barrio, de glicinas, malvones y puertas cancel; con obreros saliendo y volviendo a las casitas bajas, de pibas con delantal, de pobrezas que no se hacían notar, de amores, de penas. Cantor de tangos con sentimientos. Fueron los que rescató Luis Cardei.
Su legado es inmenso. Sorprendió a su público y al universo del tango a fuerza de cantar con su pequeña voz, que el tango es mucho más que los consagrados como “Naranjo en flor”, “Uno”, “Sur”, “Malena”, “Nostalgias” o “A media luz”.
Cardei se corrió de los grandes apellidos del tango, Cadícamo, Manzi, Expósito, Cátulo…, insólitamente chamuyaba a sus escuchas que no interpretaba a Discépolo porque era “muy moderno”. “Elijo compositores de los años ´40 para atrás porque después llega el poeta que perfuma el tango, lo intelectualiza, hace pensar”, para luego explicar que “al contrario de pensar yo necesito emocionarme con la letra, con la historia que cuenta el tango, interpreto sentimientos”.
Y definía de corazón: “más que cantar, intento sentir. Al final, de eso se trata el tango”, decía. Tal vez por esto en “Le Monde de París”, una periodista lo calificó como “El rengo fascinante”.
Vivió una infancia sojuzgada por la hemofilia, una grave enfermedad de la sangre, a la que se sumó la poliomielitis. No pudo caminar hasta los trece años.
En su libro “Cardei”, la pareja del cantor María Maratea, cuenta visceralmente sus sufrimientos: su adicción a preparados con heroína para calmar los dolores, hasta la internación en el Borda para una de sus recuperaciones; también sus años como levantador de quiniela y sus chamuyos: “hablaba y seducía a todos con sus palabras; yo le decía: con pinta, hubiera sido un afano”.
Por su padre, creció en tango con las voces de Ángel Vargas, Raúl Berón, Enrique Campos, Carlos Dante y Jorge Casal, cantores de modulación, de finuras. Adoraba esos cantores que respetaban el espíritu de las letras y sufría a aquellos que las arrimaban al grito.
Ajeno a lo establecido, rompiendo el molde del cantor con pinta y vozarrón, dio a conocer tangos llevados al sentír de la gente. “Callejón”, “De tardecita”, “Me besó y se fue”, “Prisionero”, “Temblando”, “Traicionera” y tantos otros. Entre estos la mejor versión que este escriba ha escuchado de “Los cosos de al lao”, es la Luis Cardei en solo de voz y bandoneón.
Solo y con Pisano
Así, en solo de su chiquita voz y bandoneón comenzó a actuar en las peñas y bodegones del suburbio. Su ladero en el fuelle fue Antonio Pisano por siempre, un callado bandoneonista italiano, a quien Cardei conoció entre los ataúdes del fondo de una cochería donde se cantaba.
Por veinticinco años lo hizo en la Cantina Arturito de Parque Patricios junto a Pisano. Su público tenía allí la cita con Luis Cardei.Entre ese público, el librero Elvio Vitali, quien lo convocó a cantar en su Foro Gandhi los jueves, y el dueño del Club del Vino, Cacho Vázquez, quien lo sumó al elenco los viernes y sábados.
Al final de su vida compartió cartel con el Nuevo Quinteto Real, con el dúo Salgán-De Lío y con la cantora Nelly Omar. Abrió su propio boliche en el Paseo La Plaza y le fue mal. Grabó cuatro discos y se convirtió en un cantor de culto, incluso para nombres que se destacan hoy en el tango: Hernán Lucero, Brian Chambouleyron, Cucuza Castiello, Cristóbal Repetto, Cardenal Domínguez.
Tomás Eloy Martínez escribió la novela “El cantor de tango; Pino Solanas lo convocó para la película “La nube”; el gran investigador Horacio Salas sentenció que venía a ocupar el lugar del “Polaco” Roberto Goyeneche y lo personificaron en el film “El torcán”. Murió el 18 de junio de 2000.